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Actualizado: 19 de junio de 2025


Tuvieron que hacer memoria para contestar: sólo doña Manuela quiso responder en seguida. San Justo... y la Concepción Jerónima... y... Más cerca está San Isidro decía Leocadia. ¿En cuál de ellas oís misa? Nadie repuso. Vais indistintamente a cualquiera, ¿eh? Pues eso no es bueno. La misa debe oírse siempre en el mismo templo, y si es posible en el mismo altar y dicha por el mismo sacerdote.

Setenta mil duros aproximadamente heredaron en dinero, géneros e inmuebles cada uno de los hijos del Fraile, y mientras el primogénito se quedó con la casa solariega, contento con su posición y dispuesto a aumentar lo heredado, doña Manuela, al verse rica, sólo pensó en salir de su estado de tendera.

¡Allí están! gritó Leocadia y, dirigiéndose hacia la puerta, bajó la escalera rápidamente hasta el portal, donde abrazó a Tirso, mientras Pepe decía: Ya le tenemos aquí: vamos, vamos arriba. Doña Manuela les recibió con los brazos abiertos en el descansillo del principal; y como don José se hubiese quedado solo, con las puertas abiertas, se le oía gritar, alterada la voz: ¡Tirso, Tirso!

Hacíanles también compañía doña Leonor Michel y doña Manuela Sánchez, queridas de los dos oficiales, y tres mujeres del pueblo, mancebas de soldados. Era justo que quienes estuvieron a las maduras participasen de las duras. Quien comió la carne que roa el hueso. El proceso, curiosísimo en verdad y que existe en los archivos de la excelentísima Corte Suprema, es largo para extractarlo.

Todo aquello, aunque a don Antonio «le estaba mal el decirlo», lo había dicho y repetido cuantas veces hablaba con la viuda de su antiguo principal. Y en cuanto a su muletilla «aunque le estaba mal el decirlo», gozaba el privilegio de poner nerviosa a doña Manuela, que tenía por tonto rematado a su antiguo dependiente.

Aparentemente, con ocultar aquellos libros se borró en la familia la idea de que Pepe había tenido que renunciar a la carrera: doña Manuela, que era buena, pero poco avisada, sintió cierta amargura; la resolución de su hijo la entristeció, por ser señal inequívoca de grandes privaciones: «El pobre ha tenido que dejar los estudios» decía, sin poder profundizar todo lo que en esta frase iba envuelto.

Lo que a usted le conviene, Manuela, es comprar el caballo cuanto antes, pues si las gentes las ven a ustedes paseando muchos días como hoy, harán maliciosos comentarios. Los que estamos a cierta altura debernos mirarnos mucho en nuestras cosas. Y el afortunado majadero, al hablar de la altura, cerraba los ojos como si sintiera el vértigo de los que se hallan en la cúspide.

Cuando, doblando la esquina, entraron los tres en la plaza del Mercado, doña Manuela se detuvo como desorientada. ¡Gran Dios...! ¡cuánta gente! Valencia entera estaba allí. Todos los años ocurría lo mismo en el día de Nochebuena.

Acogíala con un gesto de rústico desprecio, un fruncimiento de labios desdeñoso: algo que mostrase la indignación de una castidad hasta la rudeza, la insolencia de una virtud salvaje. Doña Manuela pareció decidida por fin a lanzarse en el viviente oleaje de la plaza. Vamos, Visanteta, no perdamos tiempo.... , Nelet, marcha delante y abre paso.

Doña Manuela experimentó gran extrañeza al tropezar con una tenacidad que nunca había supuesto en su hijo. Se negaba resueltamente a firmar otro pagaré garantizando el crédito de su madre, y menos consentía aún en hipotecar su huerto para adquirir los tres mil duros. No, mamá decía tímidamente, pero con firmeza ; no puedo. Ya sabrá usted más adelante que eso no es posible.

Palabra del Dia

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