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Actualizado: 19 de junio de 2025


No hay que ser tan escrupulosas dijo doña Manuela . Todos nos conocen, y porque un día nos vean salir a pie no van a imaginarse que nos falta el carruaje. Vamos, niñas, ¡a paseo! Y salieron de casa con el propósito de ir a cualquier parte menos a la Alameda. Pero el paseo las atraía; no sabían adonde ir, y al fin, insensiblemente, sin ponerse de acuerdo, encamináronse allá.

No vayas a pensar que quiero meterte el novio por los ojos. Lo que te digo es que, aunque vivieras cien años, no encontrarías uno mejor. ¿Es príncipe? ; como princesa. Pues hijo, bien haces el amor a una señorita de coche. En esto se asomó al gabinete doña Manuela. Hijos, ya está medio dormido: vamos a hablar pronto cuatro palabras, que estoy rendida y quiero también acostarme.

Además, todo va por las nubes, y dinero hay poco.... ¡Je, je...! Y el viejo reía como si gozase interiormente de repetir a su hermana en todos los tonos que era muy pobre. Vamos, cállate dijo doña Manuela con voz temblorosa, sin ocultar ya su irritación . Me disgusto cada vez que te oigo hablar de pobreza; sólo falta que me pidas una limosna.

De seguro que ahora, siendo rico, levantándote tarde y paseando en carruaje, te acuerdas con envidia de los tiempos en que bajabas a barrer la tienda a las seis de la mañana y echabas un párrafo con las criadas que van a la compra. Yo bien lo que es eso.... ¡Ah! ¡Esa Manuela...! ¡Esa Manolita! El otro día se lo decía yo a su hermano. Ella te ha de matar, y ya estás en camino.

Su madre le lanzaba en la mesa miradas interrogantes; le llamaba aparte para saber cómo iba «aquello»; y cuando él se excusaba con sus ocupaciones en la tienda, estremecíase ante el gesto de dolor de doña Manuela. Fue el Jueves Santo por la mañana cuando Juanito se decidió a emprender el asunto. La tienda estaba cerrada.

Daban los señores a Manuela, en recuerdo de lo bien que se portó su marido, tres reales diarios y casa; es decir, una de aquellas buhardillas que desde la calle se veían descollar por cima del tejado, entre ropas blancas y macetas verdes.

Como antes hicieron doña Manuela y Leocadia, Pepe y Millán fueron empujando la butaca desde el comedor al gabinete en cuya alcoba dormía don José; Leocadia se quedó doblando el mantel y las servilletas.

¡Ah! ¿Eres , Juanito...? dijo doña Manuela . ¿Qué hacías? Lo de siempre. Estaba trabajando en los libros de la casa, ordenando el trabajo para el próximo inventario de fin de año.

La tienda había pasado de sus manos a las del primer marido de doña Manuela, y de éste a su actual dueño; pero don Eugenio no había dejado de vivir un solo día en aquella casa, fuera de la cual no comprendía la existencia.

El padre carecía de creencias, tal vez a consecuencia de su simpatía hacia aquel partido progresista que siempre mintió respeto a la religión, sin ocultar mala voluntad al clero; Leocadia y doña Manuela eran mujeres mal dirigidas, o mejor dicho, descuidadas.

Palabra del Dia

rigoleto

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