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Actualizado: 19 de junio de 2025
El verdugo cortó luego las cabezas que fueron colocadas en escarpias en el Callao y en Lima. Los demás reos obtuvieron pena de presidio, y cuatro fueron absueltos, contándose entre éstos doña Manuela Sánchez, la querida de Ruda. El proceso demuestra que si bien fué cierto que ella percibió los provechos, ignoró siempre de dónde salían las misas.
El señor Cuadros seguía acosando a doña Manuela
Sí; Antonio las acompañará se apresuró a decir Teresa. Ya la pobre mujer la rogaba con su mirada que aceptase, como si fuese para ella una esperanza que su marido prolongase la conversación con la viuda. ¡Quién sabe cuántas cosas podía decir doña Manuela al marido infiel! No hubo medio de excusarse.
Y doña Manuela, animada por estas ilusiones que garantizaban su futura tranquilidad, envolvía la mesa y sus comensales en una mirada infinita de benevolencia y cariño. Todo marchaba bien. Andresito y Amparo se pellizcaban por debajo de la mesa; Roberto se acercaba de un modo inconveniente a Conchita; la mamá lo veía todo, pero sonreía con dulce tolerancia.
Los rostros se enrojecían, y a pesar de que llovía en la calle y los transeúntes soplábanse las manos para ahuyentar el frío, se sudaba en el comedor. Doña Manuela, con la majestuosa nariz inflamada, como si fuese un pavo, hubo de pasarse la servilleta por la húmeda frente. ¡Al salón! dijo la señora . Allí nos servirán el café. El tío prefería quedarse en la mesa.
También esperaba que fuese Andresito, el hijo de don Antonio, un muchacho paliducho y mimado, vástago único, que cursaba el segundo año de Derecho, hacía versos, y en compañía de Juanito iba muchas veces a casa de doña Manuela, con fines no tan ocultos que ésta no torciese el gesto manifestando disgusto.
Besó a las niñas como sí fuese su abuelo, y a doña Manuela diole algunas palmadas en la espalda con una alegría de viejo campechano, asegurando que cada vez estaba más gorda y hermosota. Venía de oír misa de San Juan, su querida parroquia; y cumpliendo la obligación de todos los años, quería saludar a Manuela y a las niñas, y desearles mil felicidades en el día del santo.
Resuelto a extirpar la impiedad que se había enseñoreado de su casa, no quiso demorarlo, y una mañana, como observase que doña Manuela estaba desdoblando el mantón para ir a comprar unos medicamentos, se anticipó a ella y la esperó en una esquina próxima: luego la fue siguiendo por la calle Imperial abajo, y cuando iba a entrar en una botica de la de Toledo, la llamó de cerca: ¡Madre, madre!
¿Y por qué no ha de andar o por qué no ha de haber andado ya esas mil leguas? Porque es harto difícil y porque a nada conduciría. Mira, Manuela, ¿qué no te declararé yo? Confieso que he pensado en la posibilidad de ese amor; pero le he desechado como locura. D. Jaime es ambicioso, y apenas tiene para él sólo con su sueldo y sus rentas.
Revolvieron los libros parroquiales de Villamojada, porque era preciso que después de muerta tuviera un nombre fijo la que se había pasado sin él en vida, como lo prueba esta misma historia, donde se la nombra de distintos modos. Hallado aquel requisito indispensable para figurar en los archivos de la muerte, la magnífica piedra sepulcral que se ostentaba orgullosa en medio de las rústicas cruces del cementerio de Aldeacorba tenía grabados estos renglones: R. I. P. MARÍA MANUELA T
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