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Actualizado: 19 de mayo de 2025


Aún no he visto este año la feria de Navidad. Y eso que teniendo carruaje se puede salir de casa sin miedo al tiempo. Y lo de tener carruaje acentuábalo doña Manuela como si fuese la ejecutoria de la distinción, el signo único que marcaba la diferencia de castas.

Todo vuelve, don José, todo; ya ve Vd., hasta los carlistas. Doña Manuela, picada de no haber escuchado todavía un elogio para su guiso, comenzó a tronar contra la política. No sabéis hablar de otra cosa. Pues dejarles que vengan. Peores que estos que mandan ahora no serán. Calla, mujer. ¡ que sabes! Sería un horror.

Son unos antiguos amigos dijo doña Manuela a «la magistrada» . Buenas gentes, pero ordinarias. Nos están agradecidos: a él le protegió mucho mi primer marido. Cuando la familia dio por terminada su visita, doña Manuela y las niñas fueron hasta el rellano de la escalera, para cambiar allí los últimos besos. Crea que me dan un disgusto no quedándose a comer.

Ganaba cuanto quería; parecía un muchacho con su trajecito claro, corbata roja y el enorme cigarro, al que conservaba la sortija de papel, para que todo el mundo se enterase de su precio. A un lado tenía a Teresa, tranquila y sin sentir la menor sospecha de infidelidad, y al otro a doña Manuela, orgullosa de la admiración que ella y sus niñas despertaban en una parte de la plaza.

Teresa miraba con su respeto de antigua criada a aquellas señoras, y sonreía con bondad estúpida cada vez que alguna de ellas se dignaba mirarla. Las dos viudas hablaban afectuosamente, y doña Manuela, a pesar de que estaba bastante bien de salud, expresábase con cierta languidez que a ella le parecía la última palabra del buen tono. Salgo poco, querida; el frío y la lluvia me matan.

Delante de Pepe se contenía cuanto le era posible; pero ya toleraba de mala gana cualquier broma que trascendiese a incredulidad; y como el estado de las cosas por aquel tiempo hacía que todas las conversaciones fuesen a caer en la guerra, y hablar de ésta era hablar del clero, doña Manuela oía con disgusto a su hijo y su marido, cuando el primero alardeaba de republicano y el segundo de progresista a la antigua.

Partiéronse a Valladolid marido y mujer, durándoles bastante tiempo la amargura de no llevarse al chiquitín con sus hermanos; pero a los cuatro meses se consolaron algo, porque doña Manuela volvió a declarar que estaba en cinta. El cambio de aires debió tener la culpa. Antes del año, don José era padre de otra criatura.

La energía de su hermano le había desconcertado por completo: Pepe era más hombre de lo que él imaginó. A la mañana siguiente doña Manuela, antes de ir a la compra, según costumbre, fue a dar un beso a Pepe, mientras éste acababa de vestirse para marchar a su trabajo. Voy a la compra; adiós, hijo. Y a misa, ¿verdad, mamá? Ella, sonriéndole cariñosamente, se limitó a decir: ¿Qué mal hay en ello?

Dentro de las veinticuatro horas siguientes, las Hijas de la Salve supieron que el más moderno de sus capellanes se había marchado sin despedirse de nadie, haciendo antes renuncia de la plaza que desempeñaba. Doña Manuela y Leocadia fueron las últimas en enterarse de lo ocurrido.

Y en vez de indignarse por la crueldad con que mentía e intentaba engañar a su mujer, la viuda comenzaba a encontrarlo simpático, viendo en él como una resurrección de su segundo marido, de aquel doctor calavera al que tanto había amado. Si ustedes quieren, las acompañaremos Andresito y yo. Doña Manuela, animada por un instinto pudoroso, intentó excusarse.

Palabra del Dia

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