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Actualizado: 8 de mayo de 2025


A estas horas estarán asándose los señoritos en la acera del Caballista. Las veladas transcurrían en una paz patriarcal. El señorito ofrecía la guitarra al capataz. ¡Venga de ahí! ¡A ver esas manitas de oro! gritaba. Y el Chivo, obedeciendo sus órdenes, iba a buscar en los cajones del carruaje unas cuantas botellas del mejor vino de la casa Dupont. ¡Juerga completa!

Lilí, enjugándose con ambas manitas los ojos, repetía sollozando: Aquí me quieren todos... todos... Las Madres y las niñas... Pero, hija mía, ¿acaso en tu casa no te quieren? exclamó Currita, poniéndose muy seria; y la niña, titubeando un momento, contestó con candorosa sencillez, cuyo alcance no supo medir sin duda: Ahora no está allí Paquito...

¡Mira!... ¡Mira!... Lilí abrió mucho los ojos admirada, apretó los labios y echó atrás las manitas; su crítica fue la crítica de las grandes admiraciones, la crítica monosílaba. ¡Uy! dijo. ¡Cinco!... ¡Son cinco y dos excelencias!... ¿Me darás uno, Paquito? ¡Tonta!... Eso no se da... Se pone en un marco... Pepito Vargas dice que su mamá se los pone en un marco...

Su rasgo fue tan espontáneo, su dolor tan verdadero, tan profundo su olvido de todo lo que la rodeaba, que mi corazón se oprimió de dolor y los ojos de algunos se llenaron de lágrimas. La criada y los amigos se esforzaban por levantarla y llevársela; pero ella se agarraba al ataúd con sus manitas crispadas, y el tiempo urgía.

Había visto de repente un camino desconocido, un sendero tortuoso que allí llegaba dando rodeos, y ya no oyó más, ya no se ocupó de otra cosa. Cinco minutos largos permaneció callada, inmóvil, tirando al parecer sus planes. Lilí, con las manitas cruzadas sobre las rodillas y la cabeza baja, la miraba de cuando en cuando a través de sus largas pestañas, extrañada de aquel singular silencio.

Le placía estar a sus anchas en el cortijo. ¿No era el amo?... Y saltando de un pensamiento a otro con su incoherente ligereza, se encaró con los acompañantes. ¿Qué hacían sentados, sin beber, sin hablar, como si estuviesen velando a un muerto?... Vamos a ver esas manitas de oro, maestro dijo al tocador que, con la guitarra sobre las rodillas y la mirada en alto, se entretenía haciendo arpegios.

Poca cosa decía la señora Angustias . Pero la niña no viene desnúa: trae lo suyo... ¿Y de ropa? ¡Josú! Hay que ver sus manitas de oro: cómo borda los trapos, cómo se prepara el dote... Gallardo recordaba vagamente haber jugado con ella de niño, junto al portal en que trabajaba el remendón, mientras hablaban las dos madres.

Y sin acordarse más del Toisón de Oro, púsose á rezar, como todos los días, sus oraciones de la mañana. Y á medida que rezaba, parecíale que todos los Gilitos pobres y desvalidos del reino se agrupaban en torno suyo, alzando también á Dios sus manitas, y que él decía, llevando, como hermano mayor, la voz de todos: ¡Padre nuestro, que estás en los cielos!...

A la luz de aquella lámpara miróse las manos, que sentía húmedas y pegajosas, y vióselas teñidas de sangre... Un horror inmenso invadió entonces su cuerpo y anegó su alma, y una idea taladró al fin su mente, como un clavo ardiendo al empuje de un mazo: la de su hija Lilí, arrodillada en el estudio, mostrándole sus manitas manchadas también con la sangre de su hermano, repitiendo con la opaca vibración de un terror sin medida: ¡Sangre!... Mamá... ¡Sangre!...

Palabra del Dia

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