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Actualizado: 21 de junio de 2025


La plática comenzó á ser suave y cordial y entreverada de risas. La reconciliación estaba hecha. Al cabo de un momento Gabino pudo observar, sin embargo, que Soledad tornaba á ponerse seria. Antonio la instaba con dulzura: ella negaba vivamente haciendo repetidos signos con la cabeza. Excitada su curiosidad, el mancebo permaneció inmóvil á ver en qué paraba y lo que aquello significaba.

Era padrino de Baltasar el guardián de San Francisco, fraile de muchas campanillas y circunstancias, quien, aunque profesaba al ahijado gran cariño, echó un sermón de tres horas al informarse del motivo que traía en cuitas al mancebo.

Discurriendo medios de entretenerse, Baltasar trajo a Amparo alguna novela para que se la leyese en voz alta; pero era tan fácil en llorar la pitillera así que los héroes se morían de amor o de otra enfermedad por el estilo, que convencido el mancebo de que se ponía tonta, suprimió los libros.

Su traje era cual se ha pintado, sólo que, llegando cerca, vio don Quijote que un coleto hecho pedazos que sobre traía era de ámbar; por donde acabó de entender que persona que tales hábitos traía no debía de ser de ínfima calidad. En llegando el mancebo a ellos, les saludó con una voz desentonada y bronca, pero con mucha cortesía.

A veces el danzador, en medio de su carrera, pasaba y repasaba ligeramente el adufe por debajo de sus hombros, a veces lo lanzaba perdidamente por los hombres, y como si estuviese atado a la voluntad del mancebo, siempre le venía a las manos limpia y galanamente.

Con su infinito poder decorativo, trasforma lo que antes era oscuro lecho, ocupado por un mancebo, en altar fantástico y resplandeciente donde reposa la juventud.

Una tarde fría de febrero, al retirarse de la lección, y después de haber oído leer a su maestro un docto comentario sobre el Cantar de los cantares, Ramiro topó con Aldonsa junto al pilar de la escalera. Ella le invitó a subir a la torre. Un instante después uno y otro escalaban los peldaños. De pronto la campanera se detuvo y arrimó la luz del farol al rostro del mancebo.

El mancebo, con su bigote blondo, su pelo rubio, su tez delicada y sanguínea, el brillo de sus galones que detenían los últimos fulgores del astro, parecía de oro; y la muchacha, morena, de rojos labios, con su pañuelo de seda carmesí, y las olas encendidas que servían de marco a su figura, semejaba hecha de fuego.

En adelante ya vería, según fuera descubriéndose lo mucho que aún ignoraba. Luz le había presentado el mancebo con su nombre y apellido; pero como éste le había sonado poco a fuerza de parecerle vulgar, ya se había olvidado de él, hasta por costumbre de llamar al presentado por su nombre de pila, que tan bien le cuadraba. Y esto era muy poco saber todavía.

En peligrosos pasos anda el mancebo dijo don Francisco ; sobre resbaladiza senda camina; sigámosle, y procuremos avizorar y prevenir, no sea que su padre nos diga mañana: con todo vuestro ingenio, no habéis alcanzado á desatollar á mi hijo. Y Quevedo seguía cuanto veloz y silenciosamente le era posible, á la joven pareja que le precedía en las tinieblas.

Palabra del Dia

rigoleto

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