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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Apurada la pobre mujer, pasaba los días hincada delante del Santo Bendito, pidiéndole un novio para su hija: en fin, se presentó uno, y no es ponderable la alegría de la madre; pero no duró mucho, porque salió tan malo, y trataba tan mal a su mujer y a su suegra, que esta se fue a la iglesia, y puesta delante del santo, le dijo: San C i-tobalón, Patazas, manazas, cara de cuerno, Tan judío eres como mi yerno.

Y su cólera agrandábase así como iba considerando la enormidad de este descuido, que equivalía a un reto a la mala suerte. ¡Torear en Madrid con traje rojo después de lo pasado!... Chispeaban sus ojos con fuego hostil, como si acabase de recibir un ataque traicionero; se coloreaban sus córneas, y parecía próximo a caer sobre el pobre Garabato con sus rudas manazas de matador.

Podía pasar por marinero curtido en cien combates contra las olas, y también por bandido de las leyendas. Tenía en sus extremidades altas dos manojos de dedos con que trabajaba; y ciertamente, nadie que viera la tosquedad de aquellas manazas creería que eran delicadísimas para el dibujo. Su estructura basta las hacía más propias para la maroma de la vela mayor o la barra del cantero.

La Loca, no contenta con convertir su patio en corral, se apoderaba del carro y metía la prole en el capazo para resguardarla del sol. ¿No era aquello abusar de la paciencia de un hombre?... Se acabó todo. Y abarcando en sus manazas a los cinco gatitos, los arrojó en montón a sus pies. Iba a aplastarlos a patadas; lo juraba, ¡voto a esto y lo de más allá! Iba a hacer una tortilla de gatos.

Sus manazas toman instintivamente, sin saber lo que hacen, la diestra enguantada y fina, oprimiéndola cariñosamente. ¡Ah, señora duquesa!...

Un rato estuvo estirándose, refregándose los ojos con las manazas, y escupiendo más hostias que palabras. «¿Onde está el judío ladrón que ha entrado sin mi premiso?, ¡hostia!, que le parto por la metá». El lenguaje de Segunda no desmerecía del de su hermano por la finura ni por lo escogido de las voces, lo que desagradaba extraordinariamente a Ido.

Pero, á pesar de su dicha, mostraba gran timidez, como si adivinase la fragilidad de aquella paz que le envolvía, y temiese romperla con el más leve movimiento. ¿Y aquello? preguntó misteriosamente el doctor. ¿Se olvidó ya por completo?... El hombrón palideció como si despertase junto á un peligro é hizo un movimiento con sus manazas pretendiendo apartar en el espacio las palabras de su primo.

Ella también esperaba a su esposo en otro tiempo, le acariciaba con la mirada al llegar, tomaba de sus manos el capote de agua, la caja de los aparejos y el cesto de las provisiones y los llevaba con alegría a casa. Mariano llegaba poco después y se sentaba al amor de la lumbre, haciendo bailar entre sus manazas al tierno niño que contaba pocos meses.

En uno de sus viajes desde el castillo al pabellón, la muchacha fué llamada por el alemán. Permaneció erguida ante su mesa, tímida, como si presintiese un peligro, pero haciendo esfuerzos para sonreir. Mientras tanto, Blumhardt le hablaba acariciándole las mejillas con sus manazas de hombre de pelea. A Desnoyers le conmovió esta visión.

Lo decía con una firmeza que inspiraba espanto, y a continuación enternecíase ante su hijo, el travieso Barrabás. Cuando éste cometía una de las suyas, el viejo animal de guerra limitábase a fruncir el entrecejo, a agitar las manazas, gritando con voz ronca: «¡Mira que te doy!...» Y el pillete reía, sabiendo que nunca llegaba a darle.

Palabra del Dia

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