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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Al entrar en el despacho vió el gesto de asombro de Sánchez Morueta, que creía en la llamada de un criado: notó el movimiento instintivo de sus manazas, para ocultar bajo los papeles varios plieguecillos de diversos colores que releía con gesto hosco. Aquellas cartas ella las conocía.

Ya les he hablado de mi prometida; suficientemente, me parece. Nuestras relaciones, con sus altibajos de confianza o de temor, de esperanza o de abatimiento, formaban una madeja demasiado complicada para que mis manazas pesadas pudieran desenredarla.

Digamos ahora que Mechacan, zapatero, vecino y competidor hacía muchos años del señor José María el Perinolo, que había visto criarse a Sinforoso y le había arreado más de uno y más de dos lampreazos con el tirapié cuando al volver de la escuela le llamaba, para vejarle, por el apodo, le estuvo escuchando desde la cazuela con las manazas apoyadas sobre la barandilla y la cara erizada de púas sobre las manos.

El millonario se enorgullecía viéndolo tan hermoso, con una belleza afeminada que reflejaba la de la madre, sin ningún rasgo de él. Un verdadero hijo del amor decía el hombretón con sonrisa placentera. No hay en el pequeño nada de mi fealdad: ni mis manazas, ni esta cara de gigantón. Rubio como el oro, ¡y tan blanco! ¡tan delicado! ¡tan poquita cosa! Parece un bebé de porcelana.

¡Hola, barbián! dijo Dupont el menor al ver a Montenegro. ¿Cómo está tu familia? Un día de estos iré a la viña. Quiero probar un caballo que compré ayer. Y después de estrechar la mano de Montenegro y darle varias palmadas en los hombros, satisfecho de poder demostrar la fuerza de sus manazas ante aquellos amigos, le volvió la espalda. Fermín tenía con este señorito gran confianza.

La cocinera se mostró en la puerta de su santuario, limpiando sus manazas en el sucio delantal. ¡Pues el niño, señora! dijo en su jerga endiablada. Ya la india bajaba la escalera, con un cubo en la mano. Naturalmente, ¿quién había de ser sino ella? Siempre que el niño llama, ha de incomodársele. En concluyendo de servirle, a poner la mesa, que ya es tarde, y la salida queda para otro día.

Aparte de esto, no estaba seguro de que ahora dijese verdad... Todo en ella era falso. Ni siquiera conocía con certeza su verdadero nombre y su existencia pasada... ¡Márchate! rugió con tono amenazador . ¡Déjame en paz! Tendió sus poderosas manazas hacia ella viendo que se resistía á obedecer.

Esta aparición del pasado, todavía latente en la capilla abandonada, el recuerdo de aquellas dos damas, la una toda piedad, la otra idealista, elegante y soñadora, acabó de trastornar a Febrer. ¡Y pensar que dentro de poco las manazas de la usura vendrían a profanar tanta cosa venerable!...

Ya lo veo, ¿pero antes no has devuelto ninguna de las bofetadas que te han dado? Ninguna. ¿Y para qué quieres entonces esas manazas que Dios te ha concedido? Si le hubiera pegado, me llevarían a la cárcel. Miguel volvió a mirarle de hito en hito, y quitándose el sombrero con afectado respeto, le dijo: ¡Oh, varón prudentísimo, yo te saludo!

Repetía los juegos por la terraza; veía a las chicas todas, enormemente desfiguradas, y a Cándida como una gran pastora negra que guardaba el rebaño; asistía nuevamente a la ceremonia de la comida de los pobres, asomada por un hueco de la claraboya, y las figuras del techo se animaban, sacando fuera sus manazas para asustar a los curiosos... Después oyó tocar la marcha real. ¿Era que la Reina subía a la terraza?

Palabra del Dia

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