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Ana había contestado a Petra, al anunciar esta que había luz en el gabinete: Bien; allá vamos. El Magistral había dicho que si doña Ana se sentía ya bien, no era malo estar al aire libre. El silencio de don Fermín y su mirada a las estrellas indicaron a la dama que se iba a tratar de algo grave. Así fue.

Lo malo, o al menos lo que yo no me explico todavía, es cómo ha de gustarme la representación ni cómo he de componer algo para que se represente cuando el Sr. Gener empieza por quitarme el sustantivo. No nos queda verbo que no sea impersonal, sin agente y sin paciente.

¿Qué? ¿qué hay? dijo Clara con interés. Que aquel caballerito del otro día ... pues ... el señor militar ... me paró en la esquina. ¿Y á qué me importa eso? Que dice que viene acá. ¡Jesús, acá! ¿Y á qué viene acá? Estamos solas. Pues es un caballero muy cumplido. ¿Si? Pues no me he fijado. ¿No le vió usted el otro día aquí ... cuando el señor vino malo?

Pues no otro... Aguárdese un poquito... voy a contarle el de La peña encantada... Vamos, no se acerque tanto a , que no puedo coser. «Una vez era un rey y tenía tres hijas muy hermosas, muy hermosas, muy hermosas. La primera se llamaba Clara, la segunda Ana, la tercera María. Este rey se fue a la guerra, y dejó el reino encargado a un hermano que era muy malo, muy malo, muy malo...»

Lo primero que a la santa se le ocurrió, para empezar, fue una ampliación de lo que había dicho en la casa de Severiana. «Si quiere usted que seamos amigas y que le buenos consejos, es preciso que tenga conmigo mucha confianza y no me oculte nada, por feo y malo que sea. Hay en su vida de usted un punto muy oscuro. Usted está casada y no quiere a su marido; así me lo confesó el otro día.

Lo malo es que para llegar a este trance de la muerte tenemos que presenciar antes el brutal, largo y rudo suplicio del noble animal destinado a morir; tenemos que ver acribillada su piel con pinchos y garfios, que se quedan colgando, si no se los arrancan con las túrdigas del pellejo; y tenemos que contemplar asimismo la inmunda crueldad con que son tratados los infelices jamelgos.

¡Ya me extrañaba a que no metieses la cucharada! ¿Quién te pide a ti consejo, ni qué se me da a que lo encuentres malo o bueno?... ¡Es decir, que mamá se calla, y que esta tontuela ¡mentecata! se ha de meter siempre en mis cosas!... Yo hago lo que me parece; ¿sabes?... Me dejo las patillas o me las quito; ¿sabes?... Y te callas; ¿sabes?...

¡Una carta en que se habla mal de ! ¡Pero don Francisco! Me la ha leído la abadesa y que andáis en cuentas con ese bribón de Lerma. Os juro que... yo... no ciertamente... el duque me ha llamado... Vos acabaréis muy mal, señor Montiño. Mi sobrino tiene la culpa. ¿Vuestro sobrino?... Por él me están aconteciendo desde ayer desgracias. Para él es todo lo bueno, para todo lo malo.

Reyles, titulada Primitivo. El mérito indisputable de este señor y la novedad exótica de su arte de escribir novelas me mueven a discurrir también por extenso sobre su segunda academia, titulada El Extraño, y a juzgar, por varias razones muy interesante, este estudio. Ya se entiende que si yo no creyera en el valer literario del Sr. Reyles, nada bueno ni malo diría acerca de sus obras.

I. Y así había de ser, que el que había venido todo delicias del bueno, fuera espanto, terror y Juez severo del malo: Omme indicium dedit filio. Joan 5. 22. Y la razón se ha de tomar de parte de la equidad de un Dios justo y de la de nuestra miseria. Cuan rara fuera la inocencia en los hombres, si sin amargar la justicia, solo hiciera Dios ostentación de la clemencia?