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Sabadell era un loco, un mentecato que había prestado por carambola algunos servicios al partido, pero que no era de la madera de que la Restauración había de hacer sus ministros; hubiera podido serlo con un Prim o con un Serrano, pero nunca con un Cánovas del Castillo y con un Butrón...

Vea usted: estábamos, como hoy, después de una gran victoria, en alguna parte..., yo no dónde..., en una especie de barracón de madera, de gruesas vigas, rodeado de una empalizada.

Usamos moño, y sombrero de pico, y calzones anchos, y blusón de color, y somos amarillos, chatos, canijos y feos; pero trabajamos a la vez el bronce y la seda: y cuando los franceses nos han venido a quitar nuestro Hanoi, nuestro Hue, nuestras ciudades de palacios de madera, nuestros puertos llenos de casas de bambú y de barcos de junco, nuestros almacenes de pescado y arroz, todavía, con estos ojos de almendra, hemos sabido morir, miles sobre miles, para cerrarles el camino.

Al salir de la iglesia, Fortunata echó, como de costumbre, una mirada al público, que estaba tras de la verja de madera, y vio a Maximiliano, que no faltaba ningún domingo a aquella amorosa cita muda. Le vio con simpatía. Notaba gozosa que empezaban a perder valor ante sus ojos los defectos físicos del apreciable joven. ¡Si serían aquellos los brotes del amor por la hermosura del alma!

En la panera dormía Ramona, aldeana, y cerca de su lecho de madera pintada de azul y rojo, que rechinaba a cada movimiento del jergón, yacía la cosecha de maíz de su casería, en montón deleznable que subía al techo. Allí fue la batalla.

Los muebles eran viejos, macizos, lustrosos; en las alcobas camas enormes de madera sin pabellón; en las paredes colgados grandes cuadros al óleo renegridos y confusos. Reynoso, que así se nombraba el inventor de la emboscada descrita, contempló largo rato a su víctima que a su vez le miraba con expresión indefinible de temor, reconvención y tristeza dejando escapar débiles mayidos.

¡Oh! ¿Y no se le ocurrió a usted la contestación a tan atrevido y antipatriótico aserto? preguntó con énfasis el diplomático. Yo le dije que aquí pensábamos arreglar todas esas cosas, y quitar la Santa Inquisición, y los diezmos, y los mayorazgos, como me decía el Sr. de Santorcaz. Doña María aferró sus manos a los brazos de la silla como si quisiera estrujar la madera entre sus dedos.

Gumaca debió ser muy combatido de las piraterías moras, teniendo en cuenta la situación que ocupa y los restos de defensas que aún se conservan. Una sólida muralla corre por la playa, arrancando desde el río á que da nombre el pueblo. Sobre aquel se alza un puente de madera, que comunica con el fuerte de Santa María.

Para llegar a él se pasa por un camino, en algunas partes muy hondo, al cual los arbustos frondosos forman en verano un túnel. A la entrada de Zaro, como en otros pueblos vasco-franceses, hay una gran cruz de madera, muy alta, pintada de rojo, con diversos atributos de la pasión: un gallo, las tenazas, la lanza y los clavos.

Unas treinta casitas, con tejados de madera cubiertos de obscuras siemprevivas, se alinean a lo largo del Sarre; de ellas se ven los mojinetes llenos de yedra y de madreselvas marchitas pues ya se acerca el invierno , las colmenas cerradas con haces de paja, los jardinillos, las empalizadas y los setos que separan unas viviendas de otras.