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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Nos plantamos aquí en medio de la sala, nos agarramos cómo y por dónde podamos, y si tú me derribas te regalo aquel soberbio cobertor de pluma, que gané en la toma de Narbona y que no tiene igual ni en la cámara del rey.... Qué me place, asintió Tristán, quitándose apresuradamente ropilla y jubón y dejando ver los poderosos músculos de su cuello, pecho y brazos.
Los brazos cubiertos de vello negro ensortijado, lo mismo que el pecho alto y fuerte, parecían de un atleta. El Magistral miraba con tristeza sus músculos de acero, de una fuerza inútil. Era muy blanco y fino el cutis, que una emoción cualquiera teñía de color de rosa. Por consejo de don Robustiano, el médico, De Pas hacía gimnasia con pesos de muchas libras; era un Hércules.
Aceptado, y basta de charla, dijo Tristán adelantando el pie izquierdo, echando hacia atrás el cuerpo y abriendo y cerrando las enormes manos. El arquero, aunque de estatura mucho menor, tenía músculos de acero y era luchador experto. Acercóse con cauto paso á su adversario, que le miraba con ceño, erizada la roja cabellera y pronto á asirle entre sus garras.
Aquí, un brazo encogido sobre el mármol, sin más que los huesos y los tendones, tirantes y limpios como si fuesen a vibrar: un arpa para tañerla en una fiesta de caníbales. Más allá, piernas que mostraban el cruzado almohadillamiento de los músculos rojos; troncos abiertos al aire, con el rosa tierno de sus costillajes.
Entonces Azorín, que sabe que los músculos son los primeros en morir y que cuando ha muerto el corazón y han muerto los pulmones todavía los sentidos perciben en aterradora inmovilidad; entonces Azorín se ha inclinado sobre Verdú y ha pronunciado con voz lenta y sonora: ¡Maestro, maestro; si me oyes aún, yo te deseo la paz!
Tenía un amor propio exagerado; presumía de todo lo que un hombre puede presumir, hasta de guapo, pero muy singularmente de forzudo, aunque no lo era gran cosa. Nada había que le placiese tanto como enseñar los músculos del brazo y los tendones, y ponerlos contraídos y tiesos. No obstante el cariño que Miguel tenía a su amigo Mendoza, no dejaba de jugarle algunas pasadas.
Lucía se apretaba el corazón con las manos, se hincaba las uñas en el pecho.... Uno de los golpes recibidos le dolía mucho; era en la clavícula, y parecíale como si tuviese allí un tornillo que le retorciera los músculos para que estallasen.
Corrió con precipitación febricitante hacia el cuarto del intendente, se dejó caer sobre la puerta, apoyó contra ella el hombro, se arqueó sobre las piernas, contrajo los músculos para vencer el obstáculo de la cerradura. La puerta había sido sin duda mal cerrada, porque se abrió al primer empuje. Un grito ronco salió de la garganta de la viuda semienloquecida.
¿Se ha lastimado usted? preguntó Cecilia con interés. ¡Ca! No, señora... al contrario... ¡Caramba, por un poco la rompo! Y se retiró cada vez más confuso. Hallábase nuestro mancebo en aquel punto y sazón en que los hombres se enamoran de una escoba. La edad del amor se había retrasado para él un poco. Esto suele acontecer en todos aquellos en quienes los músculos tiranizan a los nervios.
No os la doy para que la beséis, sino para que miréis la contestura de sus nervios, la trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de sus venas; de donde sacaréis qué tal debe de ser la fuerza del brazo que tal mano tiene. -Ahora lo veremos -dijo Maritornes.
Palabra del Dia
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