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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Tendrían que entregarle el principado entero de Mónaco, y aun esto tal vez no alcanzase á cubrir la deuda. Al golpe treinta y cinco, el simple «napoleón» se había convertido en treinta y cuatro mil millones de duros: ciento setenta y un billones de francos. No le iban á pagar; estaba seguro de ello.

Pero descansaremos en las costas cuando queramos. Seguramente estaremos en los puertos más tiempo que navegando. Y acaso llevemos con nosotros algunos amigos... Yo he pensado en Maugirón. Con él estaríamos seguros de comer bien; él se ocuparía de eso. Entonces, dijo Sorege, si vamos á Niza y á Mónaco, ¿encontraremos á ustedes?

Sólo á la entrada del puerto de Mónaco las dos torrecillas octogonales tenían en sus cimas un faro rojo y un faro verde, que derramaban sobre las aguas un zigzag de rubíes y otro de esmeraldas. En esta penumbra, puesto de pie y mirando á los astros, Novoa hablaba de la poesía de la inmensidad, de las distancias que dan el vértigo al cálculo humano.

Hicieron la guerra á los vecinos, se pelearon entre ellos, y hasta hubo hermano que asesinó á su hermano... Los navegantes de Mónaco se dedicaron á corsarios, y su bandera sirvió á veces para dar personalidad á piratas de otros países... La alianza de los Grimaldi con España les permitió titularse príncipes. Hasta entonces sólo habían sido marqueses.

En torno del atril del director estaban los músicos de más renombre, los que se engalanaban con el título de «solistas de S. A. S. el Príncipe de Mónaco». Algunos de ellos habían navegado en el Gaviota II formando parte de su orquesta.

Sólo así podía comprender que lo hubiesen enviado á aquel Museo de Mónaco, enorme y blanco como una catedral, cuyas salas había visitado una sola vez, con un respeto que le impedía volver. Cuando el profesor iba de tarde en tarde á Monte-Carlo, encontrándose en el Casino con don Marcos, éste lo presentaba á sus amigos como una celebridad nacional.

Las naves volvieron aquella noche á Cabo Páxaro con viento contrario, y las dos galeras de Mónaco con ellas, que no pudieron proejar para tomar la isla con las demás por estar largas á la mar.

La guerra había suprimido los automóviles particulares; era necesaria una autorización previa para las excursiones. Sólo se encontraban carruajes tirados por caballos flojos, desechos de la movilización. ¿Si fuésemos á Mónaco? propuso Alicia.

También conocía él este palacio, puramente de aparato y deshabitado, pues el príncipe reinante, en las cortas visitas á sus dominios, prefería vivir en su yate. Primeramente llamó su atención la guardia del edificio. Los soldados de Mónaco, viejos gendarmes franceses, habían partido á la guerra, y una milicia nacional se encargaba de sustituirlos.

Consideraba ya inútil seguir hablando con este imbécil. Se levantó, y el músico, trémulo aún por su indiscreción, dió muestras de igual apresuramiento por terminar la visita. ¿Y Novoa? preguntó el príncipe al llegar á la puerta de la casa . ¿Se ha ido también?... No; éste seguía en Mónaco, trabajando en el Museo cuando no tenía ocupaciones más urgentes.

Palabra del Dia

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