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Actualizado: 3 de junio de 2025


El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo. ¿Es el patrón muerto? preguntó ansiosamente. Los otros, sin responderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud de miedoso ataque. Sin moverse, míster Jones se desvaneció en el aire ondulante. Al oir los ladridos, los peones habían levantado la vista, sin distinguir nada.

Era tan corto de vista... Inquieto, sin embargo, se levantó y fué a hablar con míster Robert, procurando dar la espalda; ambos se enredaron en una discusión política de tono muy subido. Si aquí no hay opinión, ni energía, ni principios, ni nada, ni quien se levante y se ponga en frente del gobierno. Nos hace falta un hombre, como a Diógenes, míster Robert.

Al recibidor de maderas de míster Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Deseado, un viernes santo... ¿Viernes? , o jueves... El hombre estiró lentamente los dedos de la mano. Un jueves... Y cesó de respirar. El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio con paso recto y perezoso.

En España, la compasión en favor de los animales es, particularmente en los hombres, por punto general, un sentimiento más bien teórico que práctico. En las clases ínfimas no existe. ¡Ah, míster Martín! ¡Cuánto más acreedor sois al reconocimiento de la humanidad, que muchos filántropos de nuestra época, que hacen tanto daño a los hombres, sin aumentar ni en un ápice su bienestar!

Tan sólo míster Harrilin, embajador de los Estados Unidos en España, habíase apresurado a reconocer el nuevo orden de cosas en nombre de su Gobierno, presentándose en el palacio de la Presidencia con todo el ceremonial de costumbres en tiempos de la monarquía, y asegurando en su discurso, con la truhanesca formalidad de Jonathan en persona, que «los Estados Unidos de América no podían menos de contemplar con emoción y simpatía, convertido en República, el imperio de Fernando e Isabel».

Ojeda lo reconoció, recordando la fotografía entrevista una vez: era míster Power. Acababa de detenerse el buque, bajando su escala para recibir a los empleados del puerto encargados de revisar sus papeles. Aparecieron en las cubiertas varios marineros mulatos o blancos, pero todos por igual de obscura tez y extremadamente enjutos de carnes. Eran la escolta de los funcionarios del puerto.

Al calor quemante que crecía sin cesar desde tres días atrás, agregábase ahora el sofocamiento del tiempo descompuesto. El cielo estaba blanco y no se sentía un soplo de viento. El aire faltaba, con angustia cardíaca que no permitía concluir la respiración. Míster Jones se convenció de que había traspasado su límite de resistencia.

En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado, pero no directamente sobre ellos como antes, sino en línea oblicua y en apariencia errónea, pero que debía llevarlo justo al encuentro de míster Jones. Los perros comprendieron que esta vez todo concluía, porque su patrón continuaba caminando a igual paso como un autómata, sin darse cuenta de nada. El otro llegaba ya.

A la hora en que míster Robert pasaba para el escritorio y desde esa hora en adelante, todos los días hábiles, es tal la afluencia de gente en la Bolsa, que diríase ermita de santo milagroso en día de romería.

Un tipo interesante míster Maltrana; ¡lástima que ella no pudiese entender muchas de sus palabras!... Y el recuerdo de las dificultades de lenguaje que se sufrían a bordo le sirvió para justificar su aproximación a Ojeda. Necesitaba un amigo que conociese su idioma.

Palabra del Dia

rigoleto

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