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Actualizado: 3 de junio de 2025
Leeds, le dijo en tono familiar: Eh, mister, puesto que no hay más que nosotros y no somos indios que se dejan pescar, ¿permite usted que les haga ver la trampa? Ya sabemos que es cuestion de óptica pura, pero como el P. Camorra no quiere convencerse...
La gente se cansó de seguirla con los ojos, y fue esparciéndose por el paseo y el jardín de invierno, donde aguardaba el café humeando en las tazas. Ojeda entabló conversación con míster Lowe antes de volver a su mesa, ocupada ya por Maltrana.
Pues, es míster Robert. ¿El socio de Jacinto? El socio de Jacinto. ¿Y qué? Esteven dió un puñetazo sobre las almohadas. Que liquida, mujer, que la sociedad con Jacinto se disuelve, y con un déficit de doscientos mil nacionales, que tiene el muchacho que pagar, ¡es decir, yo!
Se sabe de manera indubitable que el primer grito de alarma lo dió Mr. Brooks, ó hablando con más propiedad, el señor Brooks, convertido en mister por impulso espontáneo de su libre albedrío.
Sin sospecharlo había descubierto las dos palabras más poderosas en la naturaleza, las palabras de la creacion y de la destruccion, ¡la de la vida y la de la muerte! Detúvose algunos momentos como para ver el efecto de su cuento. Despues con paso grave y mesurado, se acercó á la mesa colocando sobre ella la misteriosa caja. ¡Mister, el paño! dijo Ben Zayb incorregible. ¿Y cómo no? contestó Mr.
No era tal el convenio que yo estipulara con mister Wildman, Cónsul de Hong-kong. No es, en fin, la sumisión de mi amada pátria á nuevo yugo extranjero, lo que me prometiera el almirante Dewey.
Y sacó el lazo por encima de sus hombros; pero al ver que el joven permanecía inmóvil, como si en su presencia perdiese toda iniciativa, le presentó la mano derecha con una majestad cómica: Bese usted, mister Watson, y no sea mal educado. Aquí en el desierto va usted perdiendo las buenas maneras que aprendió en su Universidad de California.
Dios castiga sin piedra ni palo: toma, toma... a comer cardos al Frigal ahora... ¿a dónde voy? ¿a dónde voy? Se acordó de míster Robert. Muchas veces le había oído a Quilito ponderar aquel hombre, elogiando su honradez, su contracción, su inteligencia; y cuando ella lo sacaba de ejemplo, estimulándole a imitarle, el joven hacía burlas.
A las cinco y media, cuando ya no se veía en el escritorio, míster Robert cerró su libro; la claraboya dejaba caer una luz mortecina, que embrollaba los números sobre el papel, simulando extraña danza de esqueletos, y no era posible continuar el trabajo.
La mejor jugada es no jugar contestaba. No insistía porque, al fin y al cabo, Jacinto iba a la Bolsa de su cuenta y riesgo, y tenían además las espaldas bien guardadas, pues detrás de la razón social estaba la robusta fortuna de don Bernardino. Antes de la una, salía Jacintito para la Bolsa, después de charlar en el escritorio con los amigos y discutir con míster Robert.
Palabra del Dia
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