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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Crecía en tanto la luz de la mañana, que por las pintadas vidrieras en el templo penetraba, y como doña Guiomar, sofocada por el calor, que le hacía, y bueno, aquella mañana, sin que a templarle bastase el fresco ambiente de la catedral, se levantase el velo, Miguel de Cervantes acabó de perderse, ganado por la peregrina y casi sobrenatural hermosura de la hermosísima indiana; y tanta codicia fue en los ojos de Miguel, que adelantó para ponerse más cerca, y como si el alma, que se le salía por los ojos e iba a buscar su deleite en aquella grandísima hermosura, hubiese tenido algo de hechizo y encantamiento, doña Guiomar volvió la cabeza, ni más ni menos que si la hubieran llamado, y sus lucientes ojos negros, con todo su esplendor, fueron a dar en los ya turbados ojos de Cervantes, que se sintió en el corazón herido, y sintió miedo y escapó, huyendo por la primera vez de un enemigo; que bien puede llamarse enemigo a aquel que, apenas visto, la voluntad nos roba y a la suya nos somete, y nuestra libertad cambia en esclavitud ansiosa, llena de dudas y sobresaltos; que ver lo que para nosotros es un tesoro largo tiempo codiciado, sin tener a la par la certeza de su posesión, en espanto nos pone, y nuestro cuidado afanoso y nuestro sobresalto causa.
Estas construcciones adicionales, por grande que fuese la munificencia de los fundadores, se hacian todas con la mayor sencillez: paredes lisas, con lucientes alizares á lo sumo, despues que el gusto oriental se fué infiltrando en el arte cristiano; pavimentos de piedra comun, techos de madera, descubriendo la armadura del comblo, ó de bóveda latina; ventanas poco rasgadas con arco de medio punto; puertas cuadradas ó de plena cimbra, con escasísimo ornato, reducido por lo comun á un simple cordon de piedra ó de ladrillo marcando la curva de la archivolta.
Brillaban sobre la espalda del río mil escamas argentadas, mil ampollitas lucientes, que parecían caídas del alto cielo dormido. Sumergí los dedos en el agua, y la hallé tibia. Se lo dije a Gloria, y se inclinó para hacer lo mismo. Después nuestras manos mojadas cambiaron un dulce y corto apretón, que nadie vio. Volvimos a sentirnos acariciados por la onda silenciosa de la noche.
Entonces se acercó al estante sobre el cual se alineaban los volúmenes de lomos lucientes y dorados. Su mano buscó a tientas durante un momento por la pared y sacó algo azul en forma de rollo. ¡Aquí está, Roberto! exclamó triunfante. Vámonos. El joven meneó silenciosamente la cabeza.
En el salón dorado estan además los eunucos del sultan en filas á derecha é izquierda de su señor, todos vestidos de túnicas blancas y armados con espadas; inmediatos á ellos, y formando dos filas sobre el terrado, los eunucos sirvientes, cubiertos de malla y empuñando lucientes espadas.
Reparó en esto doña Guiomar, y apretósele el corazón, y empezó a nacer en ella la enemistad amarga de los celos contra Margarita; que a ella le parecía que Cervantes no miraba de una manera tan indiferente como ella hubiera querido a la hermosa huérfana; y con competidora se encontraba, y tal en cuanto a las bellezas corporales y en cuanto a las del alma, que por sus lucientes ojos mostraba, que era para que doña Guiomar temiese, y mucho, por el buen suceso de sus amores.
Donde quiera, desde Macón hasta adelante de Bourg, se veian los mas curiosos grupos de paisanos, resaltando en los cuadros pintorescos y risueños de las pequeñas poblaciones ó las estaciones del ferrocarril, rodeadas de enanos sauces de ampuloso follaje, huertos y jardines, viñedos escalonados en las faldas de las colinas, lucientes praderas y plantaciones de cereales.
Al pasar por delante de las vastas pajareras al aire libre, que son los palacios enrejados de innumerables lindísimas aves, un torrente de las mas variadas armonías se difunde en el viento, formando el concierto mas encantador. Allí todo es movimiento, alegría, canto inagotable, como si los millones de voces de la creacion tuvieran sus ecos en el seno de las lucientes jaulas.
Entró en casa de Joaquín, y el criado la encerró en un gabinete mientras pasaba recado al señorito. ¡Qué hermosos y finos muebles, qué cómodos divanes, qué lucientes espejos, qué blanda alfombra, qué graciosas figuras de bronce, qué solemnidad la de aquel reloj, sostenido en brazos de una ninfa de semblante severo, y sobre todo, qué magníficas estampas de mujeres bellas!
Algunos volúmenes llevan títulos diversos del general, porque entre los ejemplares, que me han servido, falta muchas veces la primera hoja, ó se halla tan estropeada, que sólo puedo afirmar lo siguiente: el IV dice Laurel de comedias; el VII, Teatro poético; el X, Nuevo teatro de comedias; el XIII, De los mejores el mejor; el XIV, Pensil de Apolo; el XX, Comedias varias; el XXXI, Minerva cómica; el XLVI, Primavera numerosa de muchas harmonías lucientes.
Palabra del Dia
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