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Actualizado: 21 de junio de 2025
Jacinto resistió briosamente el ímpetu de aquel coloso, y esquivando con destreza sus golpes pudo alcanzarle con más de un garrotazo. Pero los amigos que con él venían le secundaron innoblemente. Todos alzaron los palos. En vano brincando hacia atrás con increíble ligereza y haciendo molinete con su palo se defendía de la lluvia de golpes.
¿Hemos llegado? Estamos cerca. Fiant tenebræ dijo Quevedo cerrando la linterna. Ahora venid; venid tras de mí en silencio y veréis y oiréis. Zumbaba el viento, llovía, y el viento y la lluvia y la obscuridad de la noche protegían á los dos singulares expedicionarios. Marchaban entre un tejado y un almenar. De repente el bufón asió á Quevedo, y le volvió sobre su derecha.
Supongo le dije que me habrá dejado usted algún tema disponible, aunque sea de segundo o tercer orden. Fernández Flórez se rascó la cabeza. Veamos, veamos insistí yo . Ha hecho usted ya el artículo de la lluvia, el del Casino, el de las pulgas... Los había hecho todos, y, además, los había hecho como yo precisamente hubiese querido hacerlos. «Voy a tener que volverme a Madrid», pensaba yo.
Debes tener frío dijo levantándose para dejarme; has andado bajo la lluvia, tus ropas mojadas transpiran los odiosos rigores de la vida precaria y del invierno, vienes empapado de estoicismo, de miseria y de orgullo. Aguardemos a mañana para hablar más razonablemente. Le dejé salir sin pronunciar ni una palabra más y advertí que cerró la puerta con impaciencia.
Salió del escritorio, cerrando la puerta con el llavín, que guardó, y se fué por la acera de la izquierda, que seguía siempre con lluvia o con buen tiempo, a tomar el tranvía en la esquina de la Catedral.
Y sin embargo, esos ruidos eran ahogados por el grande ¡oh! ¡oh! ¡Tal era la inmensidad, el poder, lo espantoso de esto! El viento nos parecía secundario, si bien lograba hacer penetrar la lluvia.
El coro de hombres respondía: Et secundum multitudinent miserationum tuarum, de iniquitatem meam. Penetrábalos la lluvia, azotábalos el viento y ellos seguían impávidos en su marcha grave y uniforme.
Habría deseado que aquellas pisadas permanecieran incrustadas, como testimonio de su presencia, todo el tiempo indeterminado que pasaría sin ella; luego pensaba que el primero que pasara después, las borraría, que un poco de lluvia las haría desaparecer, y me detenía para contemplar una vez más en las sinuosidades del sendero aquella singular estela dejada por el ser que más amaba, en la misma tierra donde yo había nacido.
Me han quitado la planchas, don Luis. Quieren que me vaya. Los ricos de Gallarta, todas esas gentes que he conocido pobres como yo, me odian y me tienen miedo. El amo de la barraca no sabe cómo echarme. Hace una semana me han quitado la techumbre, la lluvia cae en mi casa como en la calle, pero el Barbas firme en su puesto con la compañera.
Volemos, nave querida, lejos del mundano lodo; la inmensidad nos convida, y siento que es dulce todo lo que aleja de la vida. Las aguas del mar envuelve en su seno y sube, sube, y otra vez se las devuelve cuando en lluvia se resuelve, limpias y dulces la nube. Y es que del mar la amargura al subir de si destierra, y el agua es tanto más pura cuanto mayor es la altura que la aparta de la tierra.
Palabra del Dia
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