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Pasaba el buque, con una rapidez igual a la de las mutaciones escénicas, del sol ardoroso a una penumbra lívida de tempestad. La lluvia lo envolvía con un trágico acompañamiento de relámpagos y truenos estentóreos; truenos como sólo se oyen en la soledad del Océano.

Guarecidas de la lluvia ama y criada, atravesaron la plaza por uno de sus flancos, internándose después por una calle estrecha, larga y solitaria. Los honrados habitantes dormían el sueño dulce de la mañana.

A pesar de su figura elegante y siempre esbelta, quedaban borrados, radicalmente borrados por ese buen muchacho vivo y alegre a quien yo adoraba mentalmente como un tesoro de cualidades. Mientras tanto, aunque la tormenta hubiese calmado, no cesaba la lluvia, y como se acercaba la hora de comer, mi tía invitó a Pablo de Couprat a compartir nuestra mesa.

Ante esos movimientos inconcebibles que arrastran por los desiertos infinitos a millares y millares de soles; ante esa colosal catarata, esa lluvia de estrellas que rueda sin cesar por los abismos del espacio; ante esas órbitas inconmensurables; ante esas distancias y velocidades donde la imaginación se pierde, descritas con la firmeza de un sabio y el fuego de un poeta por el barón de Humboldt, el joven presbítero se sintió acometido de un vértigo.

Poco después Quevedo abrió é hizo que los conductores llevasen la silla, cerró la puerta, y á pie y lentamente escoltó la silla de manos. Dentro de la silla iban el cadáver y el padre Aliaga. Más allá de la casa, entre la obscuridad, bajo la lluvia, quedaba el cadáver del tío Manolillo.

Corrió la gente a las cubiertas casi a medio vestir, y sus ojos, habituados al infinito azul, tropezaron rudamente con la visión de las tierras inmediatas, costas negras cubiertas hasta la cima de bosques lustrosos, de un verde tierno, como si acabase de lavarlos la lluvia. A ambos lados del buque alzábanse las montañas que guardan la entrada de la bahía de Río Janeiro.

Todos acudieron al pobre cura de F..., que yacía herido en el suelo. La lluvia de bofetadas que caía sobre las mejillas de Moreno cesó como por ensalmo. Hízose el silencio y vino el arrepentimiento. El ama lloraba y pedía perdón. El presbítero gordo también se recriminaba duramente como causante indirecto de aquella desgracia. El párroco dictaba disposiciones para curar la herida de su colega.

Con la lluvia pertinaz, machacona, volvieron antiguas aprensiones repentinas, protestas de la voluntad, y aquellos cardos que le pinchaban el alma. ¡Y ahora no tenía al Magistral para ayudarla!

Una lluvia menuda y lubrificadora caía sobre el árbol para facilitar y enfriar el frotamiento de su incesante rotación. Zurita quiso saber a qué profundidad estaban en aquel sitio. Hallábanse siete metros más abajo de la superficie del Océano. ¡Lo que nadará en estos momentos sobre nuestras cabezas! dijo Maltrana, ¡Los apreciables vecinos que tal vez colean al otro lado de esta pared!

El musgo que tapiza el fondo del barranco y recubre las raíces de los árboles, se presenta hinchado del líquido absorbido durante la última inundación: dilatados como esponjas, guardan, durante mucho tiempo, la fecunda y bienhechora humedad; después, á la más insignificante lluvia, se hinchan de nuevo, empapándose con avidez de las gotas caídas.