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Actualizado: 27 de junio de 2025
Las pocas joyas que me quedan tal vez sean algún día para usted... Yo estoy perdida; no tengo más remedio que esconderme, entrar en un convento, huir, o qué sé yo... Si pudiera entrar en un convento, sería lo mejor... Y si Dios me quisiera llevar, ¡qué servicio me haría!... Pero no sé lo que me digo... Se pasmará usted de verme tan aturdida, tan trastornada, que no parezco la misma... ¡Cuándo usted sepa...! Es que llueven sobre mí las calamidades, como si el Señor quisiera probarme.
Pero por ver si un alto pensamiento Se puede prometer feliz suceso, Seguí el viage á paso tardo y lento. Un candeal con ocho mis de queso Fue en mis alforjas mi reposteria, Util al que camina, y leve peso. A dios dixe á la humilde choza mia, A dios, Madrid, á dios tu, prado, y fuentes Que manan nectar, llueven ambrosía.
Acércanse también los pastores para adorar al Niño Divino, le ofrecen presentes, y la Profecía convoca al linaje humano para manifestarle el cumplimiento de sus predicciones. ¿Qué hay, Satán? ¿Rásgase el cielo? ¿Llueven las nubes aquel Rocío que espera el mundo, O el león viste la piel De cordero? En la cestilla ¿Baja el eterno Moisés Por el caudaloso río Que mar de las gracias es?
Dispénseme usted, amigo Maza; yo he visto cocodrilos en Filipinas manifestó don Rudesindo. ¿Y qué quiere usted decir con eso? Como usted decía que los cocodrilos no se crían en el Nuevo Mundo... ¡Otra que tal! ¿Las Filipinas son del Nuevo Mundo? Señores, ¡señores! hay que abrir los paraguas. Hoy llueven aquí burradas.
EL JUDÍO. ¡Que no! ¡semejante tesoro en tu poder!... ¿quién ha podido...? Pero, entra, entra; porque las balas llueven, y no quisiera que esos incrédulos mancillaran ese talismán. Se abrió la puerta. Blasillo entró bajando la cabeza, atravesó otras dos enormes rejas de hierro y se encontró en un estrecho patio que no recibía la luz más que por arriba.
Orejón y el conde se retiraron. En el pasillo, donde salió a despedirles el dueño de la casa, fueron sorprendidos, como otro visitante anterior, por un gran desprendimiento de cascotes del techo. Llueven piedras, ¿o qué es esto? gruñó Orejón deteniéndose. No es nada. Los ratones me tienen minado el techo. Ya os arreglaré, masoncillos.
Entró sacudiéndose el mantón, calado de agua. «¡Jo... sús, qué tiempo! Llueven capuchinos de bronce. Pero ¿no ha venido usted en coche? ¿Por quién me tomas, tonta? La peseta del coche es para mí, por el mandado. Tengo más salud que el Botánico, hija, y ando más que un molino de viento... Conque toma... Cuatrocientos y cuatrocientos son ochocientos... Nueve duros en plata... Falta un duro.
Pues supongamos, y usted perdone la franqueza, que se trata de usted y que la llueven a usted pretendientes de muchas condiciones y de muchas partes; que viene el labriego humilde con el homenaje de su pobreza disculpada con la envoltura de sus honradas intenciones; que la solicita el hidalguete de gotera, de esos que tienen la manta de sus recursos tan ajustada a sus necesidades, que si tiran de ella para cubrirse el pescuezo, dejan al descubierto los pies; y el hacendado tosco que funda su mayor vanidad en haber sudado mucho el pedazo de pan que le ofrece a usted con mano callosa y palabra torpe... y sudando; y el abogadillo de pocos pleitos y con la manta del hidalguete; y así, por esta escala arriba, hasta el personaje que la brinda, en el mundo de donde él viene, con todas las tentaciones del lujo y del esplendor; vamos, con la vida que hacen las más encopetadas señoronas del teatro que usted acaba de ver pintado en ese libro.
Tú no has visto el cielo en un día claro: hijito, parece que llueven bendiciones.... Yo no creo que pueda haber malos, no, no los puede haber, si vuelven la cara hacia arriba y ven aquel ojazo que nos está mirando. Tu religiosidad, querida Nelilla, está llena de supersticiones. Yo te enseñaré ideas mejores.
Y creo que no se engaña, como yo creo que si fray Luis es ya santo, acabará por ser mártir, tanto más, cuanto no hay fuerzas humanas que le despeguen del rey; y como el padre Aliaga es tan español y tan puesto en lo justo, y tan tenaz, y tan firme, con su mirada siempre humilde, y con su cabeza baja, y con sus manos metidas siempre en las mangas de su hábito... ¡motilón más completo!... Si yo no tuviere tantas penas, sería cosa de fenecer de risa con lo que se ve y con lo que se huele; más bandos hay en palacio que bandas, y más encomendados que comendadores, y más escuchas que secretos, aunque bandos, encomiendas y enredos, parece que llueven.
Palabra del Dia
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