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Pero por ver si un alto pensamiento Se puede prometer feliz suceso, Seguí el viage á paso tardo y lento. Un candeal con ocho mis de queso Fue en mis alforjas mi reposteria, Util al que camina, y leve peso. A dios dixe á la humilde choza mia, A dios, Madrid, á dios tu, prado, y fuentes Que manan nectar, llueven ambrosía.

Venid, venid acá, sobrino dijo ya con menos tiesura, llevándole á un aposentillo situado cerca de la repostería, en el que se encerraron. He servido ya la segunda vianda, y hasta que sea necesario servir la tercera pasará un buen espacio.

Sancho dijo que no quería más de un poco de cebada para el rucio y medio queso y medio pan para él; que, pues el camino era tan corto, no había menester mayor ni mejor repostería. Abrazáronle todos, y él, llorando, abrazó a todos, y los dejó admirados, así de sus razones como de su determinación tan resoluta y tan discreta.

Algo atisbó, sin embargo, que vino a despertarle la sospecha de que el tal proyecto de tratado secreto no era precisamente con el Gobierno alemán, sino con la repostería de Lhardy, poderosa potencia gastronómica de la Carrera de San Jerónimo: entre los peludos dedos del diplomático asomaba por una esquinita la viñeta de las cuentas del célebre Emilio.

Sería cuento de nunca acabar si yo refiriese aquí circunstanciadamente cuanto sabe hacer y hace la cordobesa en lo que atañe a pastelería y repostería. No puedo, con todo, resistir a la tentación de dar una somera noticia de lo más interesante.

Mas no era el señor Pulido hombre que, una vez puesto en la pista, retrocediese ante ningún peligro ni reparo; fuese, pues, derecho a casa de Lhardy y preguntóle si el señor marqués de Butrón tenía en su repostería alguna cuenta pendiente.

Juan siguió á su tío; al pasar por la repostería, éste dijo arrojando una mirada á las mesas y á los aparadores: Me voy á tiempo; ya se han servido los postres y los vinos. Buenas noches, señores.

Acudió Sancho a la repostería de su alforjas, y dellas sacó de lo que él solía llamar condumio; enjuagóse la boca, lavóse don Quijote el rostro, con cuyo refrigerio cobraron aliento los espíritus desalentados.

Doña Antonia andaba siempre con las llaves de una parte á otra, ya en la repostería, ya en la despensa, ya en la bodega del aceite, ya en la del vino, ya en la del vinagre. La casa tenía todo esto, como casa de labrador, á par que de señores, pues D. José, al trasladarse á la ciudad, había traído á ella muchos de sus frutos para venderlos con más estimación y darles más fácil salida.

Los únicos vestigios del crimen quedaban en una escudilla de madera en el cuarto del bufón. Y el bufón, vuelto al fin en de tan violentas impresiones, se lavaba las manos borrando un vestigio de otro crimen, mientras la fuente se lavaba en la repostería.