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Actualizado: 28 de junio de 2025


En 1869, cuando demolieron la iglesia de Santa Cruz, Estupiñá pasó muy malos ratos. Ni el pájaro a quien destruyen su nido, ni el hombre a quien arrojan de la morada en que nació, ponen cara más afligida que la que él ponía viendo caer entre nubes de polvo los pedazos de cascote. Por aquello de ser hombre no lloraba.

Algo más tranquila ya sobre la suerte su padre, ella pensaba en misma y lloraba y lloraba ahogando sus sollozos para que el viejo no los oyese.

El príncipe adivinó lo que pensaban ella y su amigo, lo que tal vez diría Castro si osaba hablarle de Alicia. «Acababa de perder á su amante, y mientras lo lloraba con una vehemencia teatral, se iba preparando otro, igualmente joven... Un verdadero crimen; porque el pobre Martínez estaba condenado á morir, y sólo prolongaba sus días gracias á una absoluta quietud.

La amistad de mi buena madrina, los cuidados atentos y verdaderamente maternales de la nodriza, a la que yo creo con títulos aún más sagrados a mi reconocimiento, y sobre todo el afecto de mi padre, lo embellecían todo. Unicamente, cuando volvía del campo le sentía aún algunas veces bañarme con sus lágrimas, pero yo no me inquietaba, pensando que lloraba de alegría.

Era vieja la una, y no la aquejaba al parecer nada; la otra era moza, linda, y tenia trazas de estar muy apesadumbrada: suspiraba, y lloraba, y eso mismo le daba mas gracia. Baxó, y se acercó á la Ninivita jóven, con ánimo de darle prudentes consuelos.

Deploraba la muerte de don Celso como todos y cada uno de los tablanqueses que más hubieran estimado sus prendas, y la lloraba también como amigo; pero le dolía, además y sobre todo, por la edad que él contaba y por lo viejo y arraigado de su intimidad con el que se iba.

Poner a Carlos bajo la influencia del helado cielo de la Rusia era matarle, y sin separarse de él, era imposible evitar lo que temía... ¿A quién había de confiarlo? ¿quién tendría cuidado de él? ¿qué sería de este niño?... Lloraba Gerardo, y yo también lloraba al ver las lágrimas en aquella fisonomía que ordinariamente causaba tanto regocijo.

Así fue como se le explicó a la huérfana lo del ten con ten. Aquella noche lloró en su lecho Ana como lloraba bajo el poder de doña Camila. Pero había cenado muy bien. Al despertar sintió la deliciosa pereza que era casi el único placer en aquella vida.

Lloraba; lloraba silenciosamente, sin estremecimientos ni hipos de dolor, como si su llanto fuese una función natural largamente contrariada. Por fin se abría paso la desesperación, adormecida toda la tarde, engañada por los momentos de olvido voluptuoso. Y las lágrimas sucedían a las lágrimas, trazando luminosas tortuosidades sobre el fondo mate de su cutis.

Alguna vez venía al Escorial, pero sólo por pocos días, y casi siempre para recabar de la marquesa algún dinero con que hacer sus correrías por San Sebastián y Biarritz. La grave señora no la mentaba nunca y lloraba en secreto la posición equívoca en que se había colocado para mal de su alma y menoscabo de la familia. Desde la serre pasaron al salón.

Palabra del Dia

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