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Actualizado: 28 de julio de 2025


¡Vaya usted con Dios! dijo Rosa, meneando un pañuelo . ¡Más buen hombre! Ayer al despedirse de lloraba como un niño. ¡Qué lástima que no se quede en el lugar! Y se quedaría, si no fuera por esa loca de Gaviota, como le dice muy bien Momo. La comitiva había llegado a una colina, y empezó a bajarla.

Su madre, que lloraba en silencio, la reconvino en voz baja, casi suplicante. Entonces se alzó la voz grave del señor Molina. Está demás llorar ahora, dijo lacónicamente. Había venido con sus hijas. Como la noche antes oyeran dialogar a su padre sobre la desgracia del inesperado casamiento, más que nunca les hacía Adriana la impresión de una rara.

Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aquella vez sin duda creía que llegaba en las garras de los leones; maldecía su ventura, y llamaba menguada la hora en que le vino al pensamiento volver a servirle; pero no por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para que se alejase del carro.

Llovían desgracias sobre la barraca. Sólo faltaba que se derrumbase su techumbre encima de ellos, aplastándolos á todos.... ¡Qué gente! ¡Dónde se había metido!... El chiquitín cada vez peor, temblando de fiebre en los brazos de su madre, que lloraba á todas horas, y visitado dos veces al día por el médico. En resumen, una enfermedad que iba á costarle doce ó quince duros: ¡como quien dice nada!

Si alguien la hablaba del aviador prisionero, tendría que hacer un esfuerzo para recordar que existía, ¡y horas antes lloraba sinceramente pensando en su cautiverio!... Era demasiado para el príncipe. Su severidad no podía aceptar esta indiferencia.

Aquella mujer lloraba silenciosamente; de tiempo en tiempo un sollozo desesperado hacía desgarrador su llanto. En la alcoba, sobre un reclinatorio delante de una virgen de los Dolores, había una lamparilla encendida. Fuera de la alcoba, junto á la puerta, estaban sentadas dos dueñas silenciosas é inmóviles. Pasó algún tiempo así.

Pero el más pequeño, Pascualet, un chiquillo regordete y panzudo, que sólo tenía cinco años, y á quien adoraba la madre por su dulzura y su mansedumbre, prometiéndose hacerlo capellán, lloraba apenas veía á sus hermanos enzarzados en terrible pelea con los otros condiscípulos.

Supe que el ilustre hermano del cautivo le buscaba inquieto y desolado, indagaba en balde su paradero y hasta lamentaba y lloraba su por él imaginada temprana muerte.

Había que emplear una ficción moral como tributo a la moral misma y en prueba de la importancia que debemos dar a la forma en todas nuestras acciones. Fortunata estuvo muy desvelada aquella noche. Lloraba a ratos como una Magdalena, y poníase luego a recordar cuanto le dijo el padre Pintado y el remedio de la devoción a la Santísima Virgen.

Y estrechaba las manos de la joven, que, aturdida por las palabras de Gabriel, no sabía qué decir y lloraba dulcemente. Arriba, en el piso alto de las Claverías, seguía sonando el armónium del maestro. Luna conocía aquella música. Era el último lamento de Beethoven, el «es preciso» que cantaba el genio ante la muerte con una melancolía que causaba escalofríos.

Palabra del Dia

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