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Actualizado: 28 de julio de 2025
Si sólo el ser posible ser su esposo Estorbaba del todo el ser su hermano, Jardines, yedras, flores, plantas, árboles, Aquí, donde lloraba Abindarráez Hechos sus ojos caudalosas fuentes, Aquí se llama esposo de Jarifa. ¡Cielos! ¿Que gozar puedo de Jarifa? ¿Que ya es posible que yo sea su esposo? Riendo lo murmuran estas fuentes, Que me llamaron tristemente hermano.
Lloraba porque su mano no había sido la ejecutora de la venganza. Ya no quería trabajar. ¿De qué servía el ser bueno?
Los empleados apagaban las luces y retiraban los carteles. La vieja vió luego cómo cerraban las puertas. Se mantuvo inmóvil, con un codo apoyado en la pared y la frente en una mano. Lloraba con una angustia infantil. ¡Esperar hasta mañana! murmuró . ¡No ver á mi pequeño en tantas horas!... A la noche siguiente la vieja se presentó en el cinema con un aire de humildad.
Pero, ahí estaba ella, la madre, para velar por todos; no conseguirían su objeto, no: ella lo había jurado. Sus ojos, secos ya, brillaban, animados por el odio inextinguible. Susana lloraba.
Más allá vió igualmente una imagen de triste esfumamiento: Cinta que lloraba, como si sus lágrimas fuesen las únicas que podían caer sobre el cadáver desgarrado del hijo. ¡Ah, no!... ¡no! El mismo quedó sorprendido de su voz. Fué un rugido de bestia herida, un aullar seco de desesperado que se retuerce en el tormento.
Una criatura recién nacida que lloraba bajo su capa, me indicó que era él. De tres saltos me puse junto á su lado. Una madre te ha maldecido, y yo soy la mano de Dios exclamé. Y le di de puñaladas. ¡De puñaladas! dijo el rey. Sí, sí por cierto, de puñaladas; el hombre que roba á una madre su hija, el hombre á quien una madre desventurada maldice, debe morir.
A la llegada de los dos santos, toda la ciudad se reunió en la plaza, como para oir y admirar la palabra de aquellos virtuosos varones. San German habla á la multitud, y en medio del profundo silencio y de la profunda veneracion con que le escuchaban, se oyen sollozos. San German calla, las gentes se miran, se interrogan, buscan.... La que lloraba era una muchacha de Nauterre.
Doña Rebeca decía que estaba enfermo. Debía de ser verdad, porque a menudo salían del aposento ayes y gemidos. Lloraba entonces la madre; Narcisa se enfurecía, y si en tales ocasiones de tragedia llegaba Andrés a Rucanto, rodaban los muebles, estallaban los cacharros en añicos, y las puertas se batían en tableteos formidables.
Godofredo, tapándose la cara con las manos, lloraba amargamente. La compasión se apoderó entonces de unos y de otros. ¿A qué conducía aquella discusión? El que tuviese la desgracia de no creer, que se lo callase. De todos modos, herir sin necesidad las almas timoratas, como la de aquel pobre muchacho, era poco caritativo y además una falta de consideración.
Los amigos le llamaban de apodo Damajuana. ¿Pero verle borracho?... nunca. Salvatierra se sentó en un pedazo de tronco, siguiendo con mirada triste el curso de la agonía. Lloraba la muerte de aquella criatura, que sólo había visto una vez; mísero engendro del alcoholismo, que abandonaba el mundo empujado por la bestialidad de una noche de borrachera.
Palabra del Dia
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