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Baltasar, desde los tiempos en que vivió asilado en San Francisco, se había entregado con pasión al culto de Baco, y es fama que labró sus mejores efigies en completo estado de embriaguez. Hace poco leí un magnífico artículo sobre Edgardo Poe y Alfredo de Musset, titulado El alcoholismo en literatura. Baltasar puede dar tema para otro escrito que titularíamos El alcoholismo en las bellas artes.

El alcoholismo, el tabaco, los goces sensuales, la gula, y cuanto constituye un vicio ó un placer se puede servir á domicilio en todas partes del mundo, y solo el chino para proporcionarse el goce de aspirar el humo del anfión necesita hacerlo en un sitio determinado, inmundo y nauseabundo, llamado fumadero, so pena de ser reo de una causa criminal por contrabandista, y de incurrir en la pena de 500 duros de multa, mas las costas ó destinársele á trabajos públicos por cada medio peso que dejen de satisfacer, amén de estar presos mientras se tramitan los allí largos procesos, si no prestan cuantiosas fianzas sujetas á arbitrarias apreciaciones.

El médico, una vez satisfecha su curiosidad, miraba á los obreros negros y recocidos por aquella temperatura de infierno, atolondrados por el ruido ensordecedor, sudando copiosamente, teniendo que remover pesadísimas masas en una atmósfera que apenas permitía la respiración. Aresti comprendía ahora la injusticia con que había censurado muchas veces el alcoholismo de aquellas pobres gentes.

En efecto, llegaron al zaquizamí desnudo y frío en que yacía aquella víctima del alcoholismo crónico los enviados de San Vicente de Paúl, que eran doña Petronila, o sea el gran Constantino, y el beneficiado don Custodio, la hija de Barinaga, la beata paliducha y seca, los recibió abajo, en la tienda vacía, lloriqueando.

Aplastada en el reinado de Carlos II, atravesó después el fangoso pantano de Walpole. En medio de la pública postración, salieron á relucir los instintos de la baja plebe: el precioso libro titulado Robinsón deja entrever la aparición inminente del alcoholismo.

Los amigos le llamaban de apodo Damajuana. ¿Pero verle borracho?... nunca. Salvatierra se sentó en un pedazo de tronco, siguiendo con mirada triste el curso de la agonía. Lloraba la muerte de aquella criatura, que sólo había visto una vez; mísero engendro del alcoholismo, que abandonaba el mundo empujado por la bestialidad de una noche de borrachera.

Cogiditos del brazo recorrieron el trayecto más tortuoso que largo que les separaba de su domicilio, hablando de alcoholismo y de beneficencia domiciliaria, y poniendo muy en duda que doña Lupe resistiese toda la noche sin dormirse, pues era persona que en dando las diez ya estaba haciendo cortesías aunque se encontrase en visita.

Estaba pálido, con los ojos hundidos y las facciones enjutas: una cara de hambre y alcoholismo. Al ver a Nogueras hizo un esfuerzo por mostrarse sereno. ¿Y aquélla? preguntó. El doctor mostrose pesimista. «Aquélla» iba muy mal. No la había visto: le faltaba el tiempo; pero el camarada encargado de la clínica tenía pocas esperanzas.