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El funámbulo, el domador de fieras, el albañil subido en un andamio, el minero que penetra en una mina insegura, en fin, casi todos los hombres exponen su vida por cualquier cosa, por un miserable jornal, por una mezquina cantidad de dinero. ¿Qué hizo más Edgardo por Lucía de Lammermoor, qué hizo más D. Suero de Quiñones por la señora de sus pensamientos, que lo que puede hacer y hace a cada instante, con menos estruendo, el último perdido, por ganar unas cuantas pesetas?

¡Poema seguro por lo pronto! ¡Edgardo y Lucía en escena! ¡Qué dúo, qué idilio, qué eternos esponsales de dos vidas! Luego viene el drama....., y termina en tragedia ó en comedia: esto es, en el Cementerio para alguien, ó en la Vicaría para los dos enamorados. Supongamos esto último: se casan. ¡Adiós, mundo! ¡Adiós, calle! ¡Adiós, balcón! ¡Adiós, todo! Amparo ha desaparecido.

La hermanita menor, que era muy ligera, tal vez por ser tan ruin y enjuta de carnes, se subió también a otra reja, donde parecía un mico. El novio estuvo muy caballeroso y quiso imitar a Edgardo, el héroe de la novela de Walter Scott, Lucía de Lammermoor, que él había leído; pero la vaca no entendía de heroicidades y le derribó al suelo, dándole un empellón con el testuz.

Castillejo no podía sufrir que lo comparasen con sus rústicos camaradas de generalato. Es un hombre de progreso, casi un sabio. Admira á los Estados Unidos por las armas de fuego y los automóviles que se fabrican aquí. Esto no es mucho, pero es algo. Para ser general mejicano no resulta indispensable conocer la existencia de Edgardo Poe y de Emerson.

Estuvo una vez el año pasado y entonces fue una gran sorpresa para nosotras. Yo me pregunto si ella sabrá o no lo que pasó con su papá. "Será una gran amiga. Sin embargo, su visita me ha dejado triste". "30 de abril. "Anoche Julio nos leyó, a Carmen y a , Ligeia de Edgardo Poe. ¡Cómo siente y hace sentir las cosas realmente divinas!

Baltasar, desde los tiempos en que vivió asilado en San Francisco, se había entregado con pasión al culto de Baco, y es fama que labró sus mejores efigies en completo estado de embriaguez. Hace poco leí un magnífico artículo sobre Edgardo Poe y Alfredo de Musset, titulado El alcoholismo en literatura. Baltasar puede dar tema para otro escrito que titularíamos El alcoholismo en las bellas artes.

EN los banales y sutiles ajetreos de la farándula política, en que el favoritismo se yergue en divinidad sobre su propia bahorrina, es edificante la evocación de un episodio hondo de desolación inquietante y cruel, de la vida extraña de aquel inadaptable genial, de «aquel celeste Edgardo» cuyo nombre figura en esa fúnebre antología de anormales y degenerados entre los otros grandes locos: Nietzsche y Baudelaire.

La capa bohemia, posteriormente, ha envuelto a muchos desgraciados superiores. Fué la fiel camarada de Edgardo Poe, aquella alma rara que oía voces del cielo, de la tierra y también del infierno, y le sirvió de sudario en su última y trágica borrachera en las calles de Baltimore.

LA noche es la suprema aristocracia. La noche es una dama misteriosa, como Ligeia, como Eleonora, las mujeres litúrgicas, transparentes y ultraterrenales de Edgardo Poe. El día es un poco plebeyo con tanto escándalo de sol, con tanta greguería ramplona. ¡Noche! Viciosa querida bohemia, como una alta dama que va a la busca de emociones raras entre los hampones y las busconas.

Por consiguiente, una considerable suma de pesetas vale más que los arrojos de Edgardo y que las bizarrías de D. Suero. Es evidente que el pobre, aunque puede amar, no puede expresar su amor de un modo tan claro y tan brillante como el rico. Así es que los ricos suelen ser más amados que los pobres, aun por las mujeres desinteresadas.