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Actualizado: 28 de julio de 2025
Gerardo parecía presa de un violento combate; lloraba, retorcíase las manos, y en fin, cayendo de rodillas a los pies del lecho de Juanita, exclamó: Me ha vencido usted... no le puedo negar nada... ¡Aunque él deba maldecirme todavía; aunque deba matarme esta vez, volverá usted a verle, señora... sí, volverá usted a verle!
No faltó quien dijo que lloraba el vino que había bebido; pero estamos lejos de dar crédito a esta insinuación malévola, primeramente porque es un absurdo que se llore vino, y después porque su acento era tan sincero, su ademán tan patético, que nadie podía dudar de que sus palabras salían del fondo del corazón.
Luego hizo un gesto de fastidio. ¡Lagrimitas a él!... Pero no; lloraba de veras, con toda su alma, con quejidos de angustia y estremecimientos nerviosos que conmovían todo su cuerpo. Arrepentido de su brutalidad, dio orden al cochero de detener el carruaje. Estaba fuera de la Puerta de Hierro; no pasaba nadie en aquel momento por el camino. Trae agua... cualquier cosa. La señorita está enferma.
Desde Sevilla su padre le escribía muy a menudo, y cada cinco o seis meses venía a hacerle una visita; pero jamás intentó llevarle a pasar las vacaciones en su casa. El pobre colegial, al llegar el mes de junio, veía partirse a todos sus compañeros alegres como las golondrinas, y durante algunos días lloraba a solas en su cuarto.
Lloraba echándome los brazos... yo le prometí volver. Señorita, señorita... ELECTRA. Entra. ELECTRA. Estamos solas. PATROS. No hay ocasión como ésta, señorita. Ahora o nunca. ELECTRA. ¿Vienes de allá? PATROS. De allá vengo... Muchos señores que dicen números... millones y cuatrollones... Adentro, nadie. PATROS. Fuera miedo. ELECTRA. ¡Virgen del Carmen, protégeme! PATROS. Podría ser.
El incienso esparcía nubes ante mis ojos; mi familia lloraba de emoción viéndome nada menos que ministro de Dios.
Desde allí, dando un gran rodeo para evitar las calles céntricas, se trasladó a su casa. El pequeño se quejaba de cansancio, lloraba. D. Pantaleón le cogía a ratos en brazos.
Me aproximé, y en el tono más dulce y compasivo que me fue posible, pero con firmeza, le rogué que no interrumpiera la ceremonia, por respeto hacia aquella a quien lloraba.
En efecto, Raimundo lloraba silenciosamente. Al verse sorprendido sonrió avergonzado. ¡Siempre tan chiquillo! exclamó ella riendo y dándole un cariñoso tironcito . Razón tiene Pepa en decir que pareces una colegiala del Sagrado Corazón. Vamos a pasear, que pueden fijarse en ti. Dieron una vuelta por las calles más solitarias del jardín.
En aquel instante vio en el rostro del recién nacido, arrugado, sin gracia, lamentable, la viva imagen de su propio rostro, según él lo había visto a veces en un espejo, de noche, cuando lloraba a solas su humillación, su desventura.
Palabra del Dia
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