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Actualizado: 28 de junio de 2025


Lidia no había podido menos que escribir, y la pobre chica, trastornada, lloraba todo su amor en la redacción. ¡Ah! ¡Si pudiera verla algún día, decirle de qué modo la he querido, cuánto la quiero ahora, adorada del alma!

Cierto es que Fortunata lloraba; pero algunas veces la causa de la aproximación del pañuelo a la cara era la necesidad en que la joven se veía de resguardar su olfato del olor desagradable que las ropas negras y muy usadas del clérigo despedían.

Elena lloraba y temblaba; parecía estar muy asustada; comenzaba a explicarse la causa de aquel miedo, cuando Marta le hizo comprender con una mirada imperiosa que debía reservar aquella confidencia para cuando estuviesen solas. Cuando llegaron al cuarto de Elena, Marta cerró las puertas y preguntó: ¿Qué es lo que te ha sucedido, querida niña? Habla pronto, que tu madre me espera.

Supla esta bella estrofa las frases que yo no encuentro para pintar la desolación de aquella escena. ¡Se lloraba al padre, al esposo, al hijo, que se iban, quizá para siempre; pero que, al irse, se llevaban el pan de los que se quedaban!

Estoy segura de que me lo ha robadoEl niño comprendía vagamente el peligro de su mamaíta, aun cuando no tuviese ninguna noción de la muerte. Veía llorar a todo el mundo y él también lloraba lanzando grandes gritos. Se vio entonces cuán querida era la joven por todos los que le rodeaban.

Todos estaban muy satisfechos de que un hombre tan original frecuentara la casa, en calidad de buen amigo; todos, incluso la abuela sorda que lavaba los platos en la cocina. El hombre original se retiraba tarde a casa y lloraba desconsolado, porque amaba a Nastenka con toda su alma y no podía ver a miss Korrayt.

Ambos trataron en vano de resolver el enigma de mi conducta, y Marta, que se desesperaba al pensar que no me tocaría la menor partícula de su dicha, venía a menudo por la noche junto a mi cama y lloraba sobre mi hombro.

Y, estando un día a la mesa con los duques, y comenzando a poner en obra su intención y pedir la licencia, veis aquí a deshora entrar por la puerta de la gran sala dos mujeres, como después pareció, cubiertas de luto de los pies a la cabeza, y la una dellas, llegándose a don Quijote, se le echó a los pies tendida de largo a largo, la boca cosida con los pies de don Quijote, y daba unos gemidos tan tristes, tan profundos y tan dolorosos, que puso en confusión a todos los que la oían y miraban; y, aunque los duques pensaron que sería alguna burla que sus criados querían hacer a don Quijote, todavía, viendo con el ahínco que la mujer suspiraba, gemía y lloraba, los tuvo dudosos y suspensos, hasta que don Quijote, compasivo, la levantó del suelo y hizo que se descubriese y quitase el manto de sobre la faz llorosa.

El señor le dijo que lloraba por un hermano suyo que en la emboscada habia muerto; todo lo cual el Vicaquirao le riñó y le dijo ser mal hecho y acordado. El señor le respondió que él no era culpante en ello, y que Viracocha Inca lo habia proveido sin darles parte.

¡Oh, Antoñita! exclamó el joven estrechándola contra su corazón y hallando en la plenitud de una alegría sobrado grande tal vez, las lágrimas que había buscado en vano en su dolor. Ya lo ve usted; estaba pensando en ella. Este era el grito del orgullo satisfecho; había allí una persona para ver llorar a Amaury y Amaury lloraba.

Palabra del Dia

rigoleto

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