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Actualizado: 9 de junio de 2025


Era una escena extraña ver al hombre de iglesia protestando en nombre del buen sentido; pretendiendo luchar contra las preocupaciones amontonadas por varios siglos de fanatismo. Puesto que ustedes lo quieren, sea dijo por fin. Saquen el santo y que Dios se apiade de nosotros. Una aclamación inmensa de la muchedumbre, que llenaba la plaza de la iglesia, saludó la noticia.

La Villasis, apoyada en la ventana, seguía con la vista los juegos y carreras de aquel bello ángel, que ocupaba y llenaba por completo su corazón, con ser este tan grande. Era aquella niña su nieta, hija de su única hija, muerta al darla a luz cinco años antes, y huérfana también de padre.

Pero su alma se llenaba de amargura por la idea de que aquella separación hubiese ocurrido con tan áspera presteza, sin el consuelo de una despedida. Y a él, ¿qué pensamientos le llenaban ahora el alma? Adriana se hubiese acercado a enjugarle el silencioso llanto con largos besos de ternura, para unir esta tristeza de su amor ya imposible a la piedad inmensa que le inspiraba su amiga enferma.

Aquella hospitalaria acogida, la discreta intimidad de aquel pabellón que el ramaje caído de las hayas cubría de verdor, el rostro franco y ligeramente encendido de la joven viuda sentada, enfrente de él, todo eso llenaba a Delaberge de un sutil desvanecimiento y hacíale perder poco a poco el sentido de la realidad.

Poco a poco, a medida que marchaba por el campo, esta idea fue adquiriendo relieve. Y según se precisaba, le roía el corazón, se lo llenaba de despecho y de cólera. ¿Por qué? ¿No conocía perfectamente sus relaciones adúlteras? Pues, con todo, le causaba viva irritación, le parecía que no debía sufrirlo, que tenía derecho a impedir que se juntasen. Sin darse cuenta de lo que hacía apretó el paso.

«¡Cuántos elementos de dicha perdidos y desbaratadospensó mientras daba vueltas entre los dedos á la relojera. «¡Pobre niña! volvió á murmurar; ¡qué lejos estarás de presumir lo que te esperaLa compasión penetraba en su pecho como un torrente, y lo llenaba de inquietudes. «No; no me escaparé como un ladrón después de haberme introducido traidoramente en el santuario de su alma inocente.

En tanto Rossini llenaba la casa de abanicos y panderetas, y Moreno escogía y pagaba, entreteniéndose luego en envolverlos en papeles y en ponerles rótulos con el nombre del destinatario.

Doña Luisa la observaba en la iglesia con celoso despecho. Tenía los ojos húmedos, lo mismo que ella; oraba con fervor, lo mismo que ella... pero no era seguramente por su hermano. Julio había pasado á segundo término en sus recuerdos. Otro hombre en peligro llenaba su pensamiento. El último de los Lacour ya no era simple soldado ni estaba en París.

Ana se comparaba con la hija del Comendador; el caserón de los Ozores era su convento, su marido la regla estrecha de hastío y frialdad en que ya había profesado ocho años hacía... y don Juan... ¡don Juan aquel Mesía que también se filtraba por las paredes, aparecía por milagro y llenaba el aire con su presencia!». Entre el acto tercero y el cuarto don Álvaro vino al palco de los marqueses.

Cuando sentí verdadera compasión por el público, que llenaba el teatro, fue al advertir que muchas personas demostraban fastidio y otras permanecían dormidas desde que dio principio el espectáculo. He conseguido alejar a mi hijo de aquel abismo de seducciones. He vuelto por Rieux, tierra de mi padre, en donde he pasado quince días al lado de mi hermana.

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