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Actualizado: 9 de junio de 2025
Pasemos por alto la comida; don Camilo se sentó al lado de la señora y Valentina me dio la silla inmediata a la suya. Yo estuve hecho un necio durante toda la mesa; la alegría bulliciosa de Valentina me llenaba de tristeza; aun me parecía que se burlaba de mí, cuando su boca, no muy correcta por cierto, pero llena de gracia, dibujaba en su rostro aquella sonrisa que le era tan peculiar.
Teníale además probado la experiencia que la medida de sus fuerzas no llenaba la del orgullo loco con que se creyó capaz de luchar mano á mano frente al coloso de la política; en Inglaterra como en Francia veía declinar de día en día las estrellas de su reputación y su influencia, que formaban constelación con la de la fortuna.
Nunca le dejaban ir sin una tajada de sandía, que llenaba la boca del viejo con la dulce sangre de su carne roja, o una copa de figola perfumada de hierbas olorosas del monte.
Con su boca un poco grande, su barbilla algo gruesa y sus cejas finísimas, no parecía precisamente bella, pero tenía unos hermosos ojos llenos de luz y viveza, unos abundantes cabellos castaños que le caían graciosamente sobre las sienes, una gran frescura en toda su persona, un modo graciosísimo de reír, y todo esto junto producía una agradable impresión de juventud, de espiritualidad, de alegría sana y fuerte que llenaba de gozo el corazón.
El enemigo había entrado por una pequeña puerta, a espaldas del palacio, le había invadido, y llenaba ya el piso en que Morsamor se hallaba. Entonces acudió Morsamor a la defensa de Urbási, pero ya fue tarde.
La noche se llenaba toda con él. ¡Oh, Inés de mi corazón! ¡Cuán desgraciada soy! ¡Tener esta enfermedad en el espíritu y no poderla desechar, tener esta fragua de pensamientos en el cerebro y no poder echarle agua para que se apague...!
El plan de su amante le llenaba de estupor; pero como estaba acostumbrado a obedecer, hizo lo que le mandaba. El resultado coronó la audacia de la dama; fue tal como ella había previsto.
La visita de la señora del maestro la llenaba de orgullo, pero sus inquietudes casi la hacían reír. No debía temer nada. Los de a pie se libraban siempre del toro, y el señor Juan Gallardo tenía mucho «ángel» para echarse de encima a las fieras. Los toros mataban poca gente. Lo terrible eran las caídas del caballo.
Viéndola tan tranquila, cuando yo estaba tan turbado, encontrándola tan perfectamente bella, cuando tantos motivos tenía yo para reconocerme desagradable con mi traje de colegial y mi aspecto de campesino desgalichado, invadía todo mi ser un sentimiento de inferioridad humillante que me llenaba de desconfianzas, transformando la más sencilla familiaridad en sumisión sin dulzura, en ruin servidumbre con asomos de esclavitud.
Las conquistas de Quiroga habían terminado por destruir todo sentimiento de independencia en las provincias, toda regularidad en la administración. El nombre de Facundo llenaba el vacío de las leyes; la libertad y el espíritu de ciudad habían dejado de existir, y los caudillos de provincia reasumidos en uno general para una porción de la República.
Palabra del Dia
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