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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Empezó en breve á lloviznar, y se volviéron todos á los salones; pero el envidioso que se habia quedado en el jardin, tanto registró que dió con una mitad de la hoja, la qual de tal manera estaba rasgada, que la mitad de cada verso que llenaba un renglon formaba sentido, y aun un verso corto; y lo mas extraño es que, por un acaso todavía mas extraordinario, el sentido que formaban los tales versos cortos era una atroz infectiva contra el rey.
Mientras me paseaba oía vagamente la sonata que estaba tocando al piano; era una melodía que ejecutada por mi hija me llenaba de gozo el corazón. »Aquel arrobamiento duró como un cuarto de hora. »Complacíame yo en aproximarme a aquella fuente de armonía, y después de deleitarme un instante me alejaba de ella para dar la vuelta al jardín.
Susurraban las acacias, llenaba el aire el misterioso silabeo de las conversaciones de última hora, y el amoroso gemido del mar, besando el parapeto, completaba la sinfonía. Ni se escapó el detalle del papel al ojo avizor de la viuda ni a la vigilante atención de doña Dolores, quien puso torcido y avinagrado gesto, levantándose al punto y anunciando que era hora de retirarse.
Detrás de aquella puerta iba a encontrarse con la mujer de quien había querido huir y cuyo imperioso recuerdo lo poseía. ¡Ah, cómo le acosaba y llenaba todo su ser, la querida visión! Pero también era bien suya, únicamente suya, la amada que lo acompañaba a todas partes, que aparecía deslumbrante y fascinadora ante sus ojos alucinados.
Doña Luz sabía que D. Jaime había sido adorado en Madrid; y, al verle tan prendado, tan rendido y tan amoroso y humilde, se llenaba de orgullosa complacencia, juzgándose mil veces más amada que todas sus antiguas rivales.
Llenaba la vida de los hombres durante la Edad Media, cuando no podía darse un paso fuera de la religión, y en la tierra, asolada por las luchas, no había otra esperanza que el cielo ni más lugar de asilo para el pensamiento que la catedral en la ciudad y el monasterio en el campo. «Las ferias, las reuniones para negocios o placeres como decía su maestro , eran fiestas religiosas; las representaciones escénicas eran misterios; los viajes, peregrinaciones, y las guerras, cruzadas.» Pero después se partía la vida: lo religioso a un lado, lo humano a otro.
Sólo sabía don Manuel que desde hacía algún tiempo el rostro de la niña estaba ensombrecido por alguna extraña tristeza que a menudo ponía en su mirada una revelación; y aquel destello misterioso llenaba de pesadumbre el alma del caballero. Hizo un esfuerzo por levantarse, y apoyado en el barandaje de hierro, le dijo: ¿Pero te da miedo de la nétigua?... No te asustes...; se fué ya.
Mas hé aquí que, cuando llegaron los amantes y estaban en el patíbulo, comenzó á levantarse un rumor sordo en el público que llenaba la plaza y el cual fué tomando mayores proporciones, hasta oirse por algunos sitios la palabra perdón.
Y recordaba, cómo por segunda vez sintió el instinto homicida al ver la sonrisa burlona con que acogió ella el recuerdo del pequeñuelo. ¡Ah, la cruel! ¡Con qué sencillez le había arrebatado la última ilusión, diciéndole que no era hijo suyo, comparando su belleza delicada con la de aquel tunante que llenaba su pensamiento! ¡Qué tirón tan doloroso en su alma!... Esta vez, Judith, á pesar de su insolencia, había sentido miedo ante el gesto desesperado de su viejo.
Palabra del Dia
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