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Actualizado: 8 de junio de 2025
Yo quise ver el arco, como era natural, a pesar de la resistencia de Alejandro. ¡Vamos, vamos, llévame le decía. ¡Bonita cosa quiere ver! no pierda el tiempo en ver mamarrachos; vámonos. Pero tanto hice, que el mulato tuvo que ceder, y llegamos al arco que a mí me pareció colosal. Vamos, pues, niño; vamos.
«Pero, Nina de mi alma, ¿has pensado bien en la carga que nos hemos echado encima?... Tú que no puedes, llévame a cuestas, como dijo el otro. ¿Te parece que estamos nosotras para meternos a protectoras de nadie?... Pero acaba de contarme: ¿fue D. Romualdo bendito quien...? Sí, señora, Rumaldo... respondió la anciana, que en su aturdimiento no se había preparado para el embuste.
Vuelve Candido el rostro, conoce á Cacambo; solo la vista de Cunegunda le hubiera podido causar mas extrañeza y mas contento. Poco le faltó para volverse loco de alegría; y dando mil abrazos á su caro amigo, le dixo: ¿Con que sin duda está contigo Cunegunda? ¿donde está? llévame á verla, y á morir de gozo á sus plantas.
Caminaron algunos instantes en silencio, heridos de aquella hostilidad inmotivada. Demetria exclamó de pronto: ¡No quisiera vivir más en Canzana, Nolo! ¡Llévame á la Braña, llévame lejos de estos hombres blasfemos y malditos! Nolo alzó los hombros con desesperación. Donde quiera que vayamos, Demetria, nos seguirán. Dentro de poco tiempo no quedará en este valle ningún sitio sin agujerear.
¿Es de aquel lugar vuestra merced? Soy de Tornadizos; pero llévame, al fin de los años, el deseo de presenciar un auto de la fe. Además, el capellán de las Clarisas es algo pariente mío, y quiero visitalle. Bien, bien... Yo soy de aquí mesmo, quiere decir de la nava. Allí he nacido e vivido los años que tengo, que son para esta Pascua de Navidad sesenta y tres cabales.
Mi corazón infantil palpitó y desde el corredor emparrado de mi casa os grité: Nolo, ¿vais á zurrar á los de Lorío? ¡Llévame contigo! Yo te vi sonreir, intrépido guerrero de Villoria. Alzaste la mano y me enviaste un gracioso saludo. En vez de cruzar la barca, subieron un poco río arriba y lo salvaron por un vado descalzándose previamente.
¿Yo celos de este tío que ya no puede con la fe de bautismo en papeles? ¡Sería trabajo! Llévatelo, hija, y ponlo en un cuarto seco para que no se pudra. Soleá, llévame y ponme donde te parezca. Verás si engordo á tu vera le gritó Antonio. ¿Y á mí, dónde quieres que me ponga entonces? preguntó Velázquez riendo.
¡Juan!... ¡por piedad, no me abandones!... ¡no puedo... vivir sin ti! Sus dedos se hunden en los hombros de Juan. No partirás... no lo quiero. El trata de apartarse a la fuerza. ¡Ah!... te vas... ¡cruel!... Me moriré si me abandonas... No puedo... Llévame contigo... ¡Llévame contigo! ¿Has perdido la razón, desgraciada? Y se oculta el rostro en las manos gimiendo. ¡Ah!
En su mirada lánguida se veia contínuamente prematuro cansancio: en su frente cubierta de pelo no se adivinaba la inteligencia, pero allí estaba, y esto es lo principal; en sus labios desdeñosamente plegados, una sonrisa fria helaba de pena á sus amigos, que le miraban harto del mundo sin conocerle, incrédulo sin creerlo él mismo, holgazan con terrible trabajo, murmurador sin interés y perdiendo lastimosamente el tiempo con la serenidad del que se las echa á correr con un chiquillo y le dice: «Anda, llévame un cuarto de hora de delantera, que yo te alcanzaré ántes de cinco minutos.» Adolfo Malats, la memoria más feliz, el juicio más hábil para tropezar en una cosa con el defecto, la imaginacion más ingeniosa del mundo, uno de los hombres que tienen más talento para encerrar un tomo en una frase, para estarse una semana contando cuentos que nadie sabe, era el año de la fundacion del nido un hombre de mucho talento que no habia encontrado todavía el sentido comun.
¡Oh! ¿no he de ser? La levantó como una pluma, y poniéndola sobre un brazo como a los niños, comenzó a dar brincos por el jardín. ¡No tanto! Llévame suavemente. Vamos de paseo. La paseó sin fatigarse por todo el parque. Y desde aquel día aquella forma de paseo le agradó tanto a la niña, que en cuanto salían de casa se colgaba al cuello de su marido para que la subiese.
Palabra del Dia
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