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Actualizado: 25 de julio de 2025
Por eso no le predico a ésta las ventajas de tal o cual camino para ir a donde nosotras vamos: lo mejor es dejar a cada cual que marche por donde más llano lo vea. Estamos conformes dijo Leticia con gran formalidad, probablemente forzada . Pero sea o no caso de risa lo del cuadro que pintabas, es lo cierto que tanto puedes recargarle de color, que llegue ésta a mirarle con miedo.
Como lo oyes dijo la otra algo lisonjeada con el éxito de su confidencia. Y tú ¿de qué lo sabes? preguntó Verónica atreviéndose poco a poco. De que me lo ha confirmado él con la mayor desvergüenza. ¡Confirmado! ¿Luego ya lo sabías? Por Leticia, a quien se lo dijeron amigos íntimos de Gonzalo.
Pero lo más original y lo verdaderamente grave del suceso, mirado a cierta distancia, fue que el general Ponce, es decir, el marido de Leticia, apadrinó al subsecretario en su duelo con el ruso; en honor de la verdad, no porque llevara el apadrinado su frescura al extremo de solicitar del otro un favor tan señalado, sino porque el arisco veterano, al saber de qué se trataba, por rumores llegados hasta él, «como amigo, como soldado y como español», no quiso que nadie se anticipara a prestar ese servicio a su ilustre compatriota.
Además, o era aprensión suya, o la marquesa de Montálvez no ponía tan buena cara a estas dos amigas como a otras que también la acompañaban a ratos; y por si el recelo era fundado, trataba de intimar lo menos que podía con ellas, y jamás hablaba a la marquesa de las confianzas y deferencias con que Leticia le distinguía.
El mismo consejo que Sagrario, menos en lo referente a Pepe Guzmán. ¿Por qué esta omisión? ¿Fue por ignorancia o por malicia? ¡Ah!, ¡de qué buena gana la hubiera hecho ella entonces, y aun antes de entonces, por curiosidad, se entiende, nada más que por curiosidad, una pregunta! «Vamos, Leticia, con toda franqueza..., como si te confesaras conmigo, ¿hasta qué punto llegaron tus amistades con él?...» Porque era mucho lo que, de algún tiempo a aquella parte, la mortificaba esta sencilla curiosidad.
Lo cierto es que los escozores le llegaron tan al alma, que, sin poder contenerse, se alzó del diván. Entonces Leticia, leyéndole en la actitud lo que le estaba pasando por dentro, quiso salvar su ociosa imprudencia, si es que la había cometido, que yo no lo sé, cambiando súbitamente de aspecto y diciéndole con la mayor serenidad y sin levantarse: ¡Si no hemos concluido todavía!
Por disposición testamentaria, hecha pocos días antes a ruegos de su mujer, hereda ésta su enorme fortuna; y no quiero decirte qué vida se estará dando con ella y con lo mucho que ya tenía propio. Leticia y Sagrario, las inseparables amigas, me traen el recuerdo de otra amiga de las dos, que me gustaba a mi mucho, por cierto: Nica Montálvez, la hija del estúpido marqués...
»Del cual salí diez meses después que mis inseparables amigas Leticia y Sagrario, muy ducha en bailar, en hacer reverencias, en modular la voz, en manejar el abanico y la cola del vestido de baile, en esgrimir los ojos y la sonrisa, según los casos, los sexos y las edades, y en el ceremonial decorativo y escénico de las prácticas religiosas; tal cual en lengua francesa, materialmente al rape en obras de costura y principios de economía doméstica, y casi, casi, en el idioma nativo; y sobre todo esto, y por razón de los contrabandos del colegio y de las incompletas ideas adquiridas en conciliábulos clandestinos, y la propia observación hecha a medias con trabas y sobresaltos, y quizás también por obra de mi temperamento o de mi carácter, franco y expansivo, un ansia, que rayaba en voracidad, de ver el mundo por dentro, de conocerle a fondo, de saborearle a mis anchas, sin los velos y cortapisas que a las puertas de él me habían, hasta entonces, despertado los apetitos.
Tanto le interesaba la relación. Y bien le dijo, muy cariñosa, cuando ésta fue acabada , ¿qué me toca hacer a mí en ese triste proceso? ¿De qué modo puedo yo tener la suerte de hacer algo por la causa de usted? Leticia bajó algo la cabeza, sin dejar de sonreírse, y se rascó un poquitín la sien derecha con un dedo, muy mono por cierto.
Y comenzó a verlo en el acto, porque en el acto le dijo Leticia, después de contemplarle en silencio unos instantes, y como substancia y producto lógico de sus apuntadas reflexiones: Creo, pues, que no se halla usted en edad ni en condiciones de casarse.
Palabra del Dia
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