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Actualizado: 25 de julio de 2025


Bien sabían las maestras con qué ansias aguardaba la neófita a que se las abrieran; y por saberlo tanto, se complacían en aguijonear sus impaciencias extremando el color de sus pinturas. Todo cuanto se prometía, física y moralmente, en las niñas Leticia y Sagrario, quedó sobradamente cumplido en estas dos jovenzuelas.

¡Lo sabe! ¡Qué exageraciones! exclamó aquí Leticia, no si por contener a Sagrario, o por irritar más sus intemperancias geniales. ¡Exageraciones! replicó la rubia imitando la voz y los ademanes de su amiga . ¿Por qué? ¿Porque digo lo mismo que estás pensando?

La marquesa culpa de esta singularidad, que no la desagradó, a la caprichosa y siempre impenetrable Leticia. El hecho es que de allí salieron, como pudieron haber salido de otro punto cualquiera, y que nunca como entonces pudo decirse con mayores visos de verdad, que por donde iban no dejaban títere con cabeza.

De modo que tenía muchísima razón la buena señora cuando, al despedirse y después de haberle ofrecido de nuevo su casa, le llamó, con una sonrisita y un ademán muy maliciosos, «¡ingrato!» ¿Quién, pues, como Leticia, para oírle con cariño, informarle sin pasión y aconsejarle con acierto? En estas y otras tales, ya llegó la hora de comer, y Ángel tuvo que sentarse a la mesa.

Esto le confortaba y le reconstituía. Y hablando, hablando Leticia y su amiga, sacó la primera a relucir a don Mauricio el Solemne. Poco antes de llegar dijo a Verónica , se presentó aquí de improviso; se encontró con nosotros al día siguiente; y como si le hubiera contrariado el encuentro, aquella misma tarde salió para París. ¿Solo? preguntó sonriendo Verónica.

Leticia, en opinión de Ángel, era «una gran señora», de mucho entendimiento, y amiga y contemporánea de la marquesa; se interesaba vivamente por la suerte de Luz, y parecía quererle mucho; a él, a Ángel, no se diga..., hasta vergüenza le daba no haber correspondido, con una triste visita siquiera, al cariñoso empeño con que ella se las pedía cada vez y donde quiera que le encontraba... Cabalmente la víspera, yendo él por la Carrera de San jerónimo hacia el Prado, subía ella en carruaje.

Solo respondió sonriendo también su amiga . Porque por más que se afirmó entre los maldicientes lo contrario, yo creo que nada tenía que ver con él una dama muy aparatosa, de cierto pelaje, que le siguió muy de cerca al marcharse, lo mismo que le había seguido al llegar. ¿Alta y rubia? volvió a preguntar Verónica, recordando quizás las señas de la de Interlacken. Morena y baja respondió Leticia.

A Sagrario y a Leticia las temía de lumbre; y cada vez que una de ellas sentaba a Luz sobre sus rodillas para besarla, resonaban los besos en sus oídos como el chapoteo de las ondas cenagosas, y hasta veía la tersa y pura frente de la niña salpicada del fango de la charca.

Leticia era una morena gallarda, correcta, sobria, expresiva y dura, así de formas como de palabra; temible en el manejo de ciertos recursos externos, que en una gran parte de las mujeres resultan inofensivos accesorios, y en otras tantas no pasan de simples detalles decorativos de su belleza. Estas cosas, puestas en juego por Leticia, a pesar de sus pocos años, eran todo lo que había que ver.

Quiso interrumpir a Leticia sin acabar de comprenderla todavía; pero Leticia le contuvo con un ademán enérgico y estas nuevas palabras: ¡Usted, repito, con todas esas ventajas, llorar como una desventura el recelo de que se le malogren unos intentos como los que le preocupan!

Palabra del Dia

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