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Actualizado: 13 de julio de 2025
Y el paje salió y entró repetidas veces, y acabó de cubrir la mesa en silencio y con sumo respeto, quedando atrás dos pasos é inmóvil después de llenar la copa, como si se hubiera tratado del mismo duque de Lerma, su señor. Es de advertir que la vajilla era de plata cincelada.
Si el duque no hubiera llevado allí, según su sentido político, un alto objeto, hubiera roto por todo y hubiera pedido á doña Ana luz. Pero aquella mujer le parecía muy importante, y necesario y conveniente de todo punto seguir representando á obscuras un papel de rey enamorado y celoso de su dignidad. El duque de Lerma incurría en su millonésima equivocación.
En esta cuenta no se comprende la suma que se reservaba el director de la compañía. D. Rodrigo Calderón, el duque de Lerma y otros magnates, al contrario, concurrían más al Príncipe, en donde tenían un aposento con celosías.
¡Pero Dorotea le ama! exclamó con cierta celosa impaciencia Lerma. Con toda su alma, con toda su vida, de tal modo, que si le pierde muere. ¿Pero qué se proponía Quevedo al hacer conocer á Dorotea ese hombre? Que se enamorase de él, y lo consiguió. Pero no entiendo el objeto de Quevedo al pretender que Dorotea se enamorase de ese hombre. Estás cada día más torpe, duque.
Se había entrado por fuero propio, pagando á mi doncella. Era don Rodrigo Calderón. Me traía un mensaje y un regalo del duque de Lerma. Yo acepté. Después de haberme hablado por el duque, don Rodrigo me habló por sí mismo. Eso sucede casi siempre: el corredor de un gran señor goza antes que él, y es muy justo dijo Quevedo ; el agua moja antes el cauce que el pilón.
Oye, tengo preparadas las pruebas; están aquí. Primera: carta de milord, duque de Bukingam, al excelentísimo señor duque de Lerma. ¡Ah! esa carta... ¡La España vendida á los ingleses, duque! Pero esa no es una carta. Es una copia de la carta. Pero la carta...
¡Ah! aquel hombre, cuando le dejó la dama tapada en una callejuela solitaria, me detuvo hierro en mano. ¡Oh! exclamó el duque de Lerma ¿se trataba de mataros? Y la reina se había puesto por cebo; no tengo duda de ello. Además, aquel hombre había sido buscado á propósito; yo me jacto de ser buena espada; pues bien, aquel hombre me desarmó y me hizo gracia de la vida.
Y ciertamente que no podéis decir vos que no sabéis las traiciones de esos hombres, cuando anoche un vuestro sobrino tuvo ocasión de prestar un eminente servicio á la reina. He ahí un muchacho que tiene muy buena suerte dijo Montiño con envidia ; todos me hablan bien de él, todos le protejen: hasta el duque de Lerma. ¡El duque de Lerma! ¿Qué creéis que me ha dado para él el duque de Lerma? ¡Oro!
Así es que con frecuencia se equivocaba en la elección de sus instrumentos, tomando lastimosamente la adulación por afecto y el servilismo por solicitud. El duque de Lerma se había creado sus enemigos en sus mismos instrumentos, y debía conservar el poder hasta el momento en que, robustecidos por él sus adversarios, se encontrasen bastante fuertes para derrocarle.
Pues ya no extraño que doña Clara ame á un tal hombre; doña Clara aborrece á Lerma... Tengo pruebas de ello; porque doña Clara es vuestro consejo, y al ver á Lerma comprometido... en efecto, esas cartas han producido un resultado saludable... los casaremos; se hará cuanto haya que hacer con el coronel Soldevilla... pero siento pasos en la antecámara, acaso sea doña Clara.
Palabra del Dia
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