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Actualizado: 13 de junio de 2025


He ahí, he ahí cabalmente lo que yo dije á la Dorotea: ¡la prueba! ¿Y esa mujerzuela tenía la prueba de la deshonra de su majestad? La tenía. ¿Pero qué tiene que ver esa perdida con la reina? ¿quién ha podido darla esa prueba? El duque de Lerma. Me vais á volver loco, señor Gabriel; no atino... No es muy fácil atinar.

Llevaréis esta otra al duque de Lerma dijo el padre Aliaga devolviendo á Montiño la carta que la noche antes había escrito la madre Misericordia para su tío, bajo la presión del temor causado en ella por el Santo Oficio. El cocinero se levantó súbitamente, porque le tardaba en verse en libertad. Esperad, esperad todavía. Montiño volvió á sentarse con pena.

; la hija de aquella Margarita que yo robé de su casa; la hija que me quitó un hombre una noche cuando iba á dejarla en la puerta de un convento, dejándome tres puñaladas, de las cuales estuve á la muerte; la hija de quien no volví á saber, hasta que la conocí siendo á la vez querida secreta de don Rodrigo Calderón y pública del duque de Lerma. En una palabra: la comedianta Dorotea.

Pregunta á tu hija, que sin ser una santa, es y lo será siempre una mujer honrada, á pesar de ser querida de Quevedo, lo que son tales encuentros: ¡bah!, Lerma, te estremeces porque estás en la misma situación que un hombre atado por cada uno de sus remos á cuatro caballos.

Dicen que el duque de Lerma, de quien tan justa y honrosamente habláis, os ha tenido preso. Me tuvo, y cabalmente porque no me tiene, me intereso por su excelencia. Me ha vencido su generosidad... y no ... no cómo agradecérselo. Eso mismo lo he dicho á su hija, á la señora condesa de Lemos. Es verdad dijo doña Catalina ya más repuesta.

El duque de Lerma se levantó y se puso á pasear hosco y contrariado á lo largo de la cámara. ¿Y no hay más que eso? dijo después de algunos segundos de silencio. Sigue la diligencia de haber buscado al cocinero mayor del rey y de no haberle encontrado. ¿Pues dónde está Montiño?

¡Casilda! Señora. Si viene el duque de Lerma, que estoy mala. Muy bien. Si se empeña en entrar, que el médico ha dicho que no puede hablárseme. Muy bien; ¿y si viene el señor Juan Montiño? Viene á su casa. ¡Ah! me olvidaba: pon una cama en el gabinete de tapicería. Muy bien. Y cuanto se necesite; un aposento bien servido. Muy bien. ¿No os desnudáis? No... mira... si viene el tío Manolillo...

Probadla; id y anunciad á su majestad... vos... vos misma en persona, que le espero. Perdóneme vuestra majestad; el duque de Lerma acaba de llegar á palacio y está en estos momentos despachando con el rey.

Para hacer una justicia, cuando ni el rey ni el duque de Lerma piensan hacerla. ¿Y cómo he podido yo estorbar?... Desde esta mañana hasta que vinísteis á palacio, no os habéis descosido del ajusticiado. ¡Ah! ¿se trata?... Del señor Juan Montiño; y en matarle, no sólo se venga á don Rodrigo Calderón, sino también á vos. Explicadme cómo se me venga matando á ese caballero.

¡Cómo á una perdida! exclamó Montiño, que se estremeció, porque veía una nueva complicación. ... yo no había querido decirte nada, pero además del galopín Cosme Aldaba ha estado aquí una mujer. ¡Una mujer! ¡Buscándote! ¡Eso es mentira! ¡La querida del duque de Lerma! Montiño puso asustado su mano sobre la boca de su mujer.

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