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Actualizado: 13 de junio de 2025


De modo que dijo interrumpiendo de nuevo su lectura Montiño , tenemos en nuestro sobrino pegadizo todo un sabio; pues mejor: al duque de Lerma le gustan los mozos de provecho. ¿Quién sabe?

Antes que Felipe III han sido sus abuelos rigorosísimos con los moriscos exclamó el duque de Lerma, aturdido por la filípica de Quevedo. ¡Los clérigos y los frailes! siempre esa plaga que ha logrado dominar al trono y que acabará con la gloria y con el poder de España.

Creedme, el duque de Lerma no es tan terrible como parece; el duque de Lerma nada puede hacer por solo; no tiene de grande más que lo soberbio... Y lo ladrón... Su soberbia, que le impele á competir con el rey, le hace arrostrar gastos exorbitantes; en nada repara con tal de sostener su ostentación y el favor del rey, que es una parte, acaso la mayor, de su ostentación.

Cuando llegué conspirábais dijo el rey. Es verdad contestó la reina ; conspirábamos contra Lerma, y es necesario que vuestra majestad conspire también. Yo no necesito conspirar dijo el rey ; el día que quiera, Lerma caerá; pero Lerma me sirve bien. Os tenía quejosa, señora, pero el duque me ha hablado largamente. Le tenía engañado don Rodrigo Calderón.

La duquesa se calló, no encontrando por el pronto otra contestación mejor que el silencio. Alentado con este silencio, el rey añadió: Vos misma conocéis la razón con que me quejo. Lerma es demasiado receloso, demasiado, y no qué motivo pueda tener para desconfiar de la reina, para impedirme mi libre trato con ella.

¿Qué sois de esa comedianta que se llama Dorotea: padre, amigo, amante, marido?... Esa misma pregunta me han hecho hace poco, y he contestado: soy su perro, su perro valiente, que por lo mismo que Dorotea es desgraciada, la guarda; capaz de despedazar la mano del rey si toca á esa mujer. ¡Sois, pues, su padre! No, pero es lo mismo. ¡Esa mujer es amante del duque de Lerma! ; , señora.

¡Jesús, señor! exclamó la duquesa, que á cada momento estaba más inquieta. Como que sois muy grande amiga de Lerma. Yo... señor... contestó con precipitación la camarera mayor cuando se trata del servicio de mis reyes... Seguid oyendo... «os tienen separado de la reina: es necesario que este estado de cosas concluya...» Dejó el rey de leer.

Hace algún tiempo que, con mucho sentimiento mío dijo con gran humildad don Rodrigo vemos las cosas de distinto modo. Yo veo... Vos veis menos de lo que creéis ver. Yo veo todo lo que pasa en la corte y fuera de ella, señor. que vuecencia no puede anunciarme una cosa grave que yo no sepa. Voy á deciros una gravísima: ¿sabéis dónde está la reina? Miró con asombro Calderón á Lerma.

«A la madre Misericordia, abadesa de las Descalzas reales . Del duque de Lerma . En propia manoId, id, Montiño dijo el duque ; id, llevad esa carta al momento á su destino, y traedme la contestación. Montiño salió casi sin despedirse del duque por obedecerle mejor, y su excelencia se quedó murmurando: ¿Qué habrán ido á hacer mi hija y Quevedo á las Descalzas reales?

, señor, vos... vos me habéis dicho no qué acerca de mi mujer... ¡Yo! , señor. El tío Manolillo me ha dicho también algo de eso. ¡También el tío Manolillo! Y el duque de Lerma. ¡Cómo! Y doña Clara Soldevilla. ¡Ah! Y, por último, esa mujer á quien Dios confunda... ¡Oh! ¡Dios mío! ¡como la otra! ¡como la otra! ¿Como qué otra? Como Verónica: ¿no os acordáis de mi primera mujer? ¡Ah!

Palabra del Dia

rigoleto

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