Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 2 de mayo de 2025
Era el tercer año de mi unión con Lea y la situación se había puesto más grave que nunca. Una locura completa se había apoderado de mí y debía conducirme á una catástrofe. Por lo general Lea no recibía en su casa más que hombres, convencida, con razón, de que la sociedad de las mujeres es inútil cuando no peligrosa.
Á todo aquello de que es capaz... Lea se quitó los brazaletes y dijo enseñando en sus brazos las huellas de los dedos de Sorege: Casi me ha roto el brazo para obligarme á desmentir mi declaración... Creo que me hubiera matado... ¿Y has obedecido?
Te han acusado de haberlas vendido porque había que dar una explicación al desempeño y porque la justicia quiere comprenderlo todo. Pero lo cierto es que Lea recuperó sus alhajas antes de partir. Todo estaba arreglado de este modo para hacer de ti un ladrón y un asesino.
Lo quiero... Jacobo trató de detenerla, de calmarla. ¡Lea! La cantante lo miró profundamente, le dirigió otra sonrisa y se arrojó en sus brazos en un movimiento apasionado, diciéndole: Dame un beso, ¿quieres? Es la última vez que estamos juntos. Permíteme que al partir lleve en la frente el recuerdo de tus labios.
El que lea estas últimas, que son La Isabela y La Alejandra, bajo la impresión de las desmedidas alabanzas, que Cervantes les prodiga, sufrirá triste desengaño, y confesará á la postre que sólo merece celebrarse la elegancia de su dicción y alguna que otra escena.
Aquel sujeto no era digno del venerable anciano, cuyo nombre ofendia en aquel momento. Voy á decirlo con pesar; pero el lector debe saber cuanto me sucede punto por punto. Si algun encanto encuentra el lector cuando lea estos apuntes, sepa que ese encanto consiste en la ingenuidad casi infantil con que cuento lo que me ocurre.
La cantante levantó la frente, miró á Jacobo á los ojos y con una sonrisa que recordaba á la tierna, fiel y enamorada Lea de otros tiempos, contestó: ¡No! No he obedecido, Jacobo, no porque se trataba de mi vida, sino porque quería salvar la tuya... ¿Entonces?... Lea bajó la voz y dijo con aire aterrado: Se trataba de él ó de mí, Jacobo; era preciso elegir y he elegido. ¡Ya no hará daño á nadie!
La tomó en sus manos rápidamente, no tardando en reconocer la letra de Melisa. Parecía estar escrita en una hoja arrancada de un viejo libro de notas, y al efecto de evitar alguna indiscreción sacrílega, estaba cerrada con seis obleas rotas. Abriéndola casi tiernamente, el maestro leyó lo siguiente: «Honorable señor: Cuando lea esto, habré huido, para nunca más volver. ¡Jamás, jamás, jamás!
Mataste á Lea para apoderarte de la papeleta. El robo y el asesinato aparecían lógicos y era todo lo que hacía falta para la garantía de la sociedad y el triunfo de la justicia... Jacobo, con la frente inclinada, no escuchaba ya; soñaba. Tragomer le había convencido y los resortes secretos del asunto se le aparecían ya claramente.
A medida que el teniente coronel leía el billete, cambiaba de color su rostro; temblaba, presa de una agitación violenta; pero, tomando una doble resolución, se aproximó al joven, que le contemplaba desdeñosamente. Caballero dijo; ¡cuánto deben costar estas palabras a un español!... ¡no tenía razón! Sería un infame si tirase de la espada en semejante combate: lea usted.
Palabra del Dia
Otros Mirando