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Actualizado: 21 de junio de 2025


En el centro de aquel templo fantástico, iluminado por lámparas de plata, resplandecía la estatua colosal del hijo de Devaki. Morsamor, conducido por Narada, había admirado todo aquello.

Y el mágico lanzó lentamente un grito, primero plañidero, luego enérgico, mezcla de sonidos agudos como imprecaciones, y de notas roncas como amenazas que pusieron de punta los cabellos de Ben Zayb. ¡Deremof! dijo el americano. Las cortinas en torno del salon se agitaron, las lámparas amenazaron apagarse, la mesa crugió. Un gemido debil contestó desde el interior de la caja.

La sala tenía en medio un altar, iluminado con unas lámparas tristes de aceite. Martín se acostó; desde su cama veía las luces oscilantes, pero estas cosas no influían en su imaginación, y quedó dormido. Era más de media noche, cuando se despertó algo sobresaltado. En la alcoba próxima se oían quejas, alternando con voces de ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Jesús mío! ¡Qué demonio será esto! pensó Martín.

Sus cabellos caían, desatados, sobre la seda tornasolada de su vestido; apoyó los brazos sobre la balaustrada del balcón. Iluminada por la luz rojiza de las lámparas del cuarto, y del lado del jardín, por el resplandor pálido de los rayos de la luna, parecía un ser fantástico, de una delicadeza y de un encanto sobrehumanos. Juan gozó en contemplar aquella aparición, goce intenso y doloroso.

Estaba ella sentada junto a una mesita de labor y todavía me parece verla inclinada la cabeza sobre un bordado, el rostro cubierto de la sombra de los rizos que adornaban su frente, envuelta en el reflejo rojizo de la luz de las lámparas.

Casi volaron los vidrios al impulso de este golpe, brutal. ¡Magnífica entrada!... Vió mucho humo, perforado por las estrellas rojas de tres lámparas eléctricas que acababan de encenderse, y hombres que estaban de espaldas ó frente á él en torno de varias mesas. El gramófono gangueaba como una vieja sin dientes.

Ya que hubo llamado a misa, bajó una de las lámparas, le echó aceite, sacudió con un paño las molduras de los altares. Luego se fue hacia el fondo y desapareció por una puertecita lateral que debía de ser la de la sacristía. La capilla me parecía desierta.

Constaba entonces el templo de solas once naves, diez menores y una mayor terminada al norte por una capilla llamada Mihrab donde entraba el creyente á la escasa luz de las lámparas para adorar el libro santo de Otman y dar siete vueltas al rededor, hincado de rodillas.

Sin embargo, Amalia replicó descaradamente: No tengo ese honor. Soy el barón de los Oscos. La dama hizo una inclinación de cabeza. Paula dijo dirigiéndose a una criada que había acudido, llévate esa chica. , Pepe, enciende las lámparas del gabinete azul.

Aunque se hallaban bajo tierra, sin que disipase la obscuridad más luz que la de algunas lámparas, harto bien medían todos el tiempo y calculaban que era más de media noche.

Palabra del Dia

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