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Actualizado: 5 de octubre de 2025


Las lavanderas de palacio estaban con esto muy afanadas, y como entonces ni la persona más poderosa tenía tanta ropa blanca como ahora se usa, no hacían más que ir a lavar al río. Una de estas lavanderas, que era, valiéndonos de cierta expresión a la moda, una pollita muy simpática, volvía un día, al anochecer, de lavar en el río los lacrimosos pañuelos de la Princesa.

Tumbado en un declive, con los brazos cruzados bajo la cabeza, vio de pronto elevarse en el matorral que tenía delante dos cruces de varios brazos, toscas, rudas, como labradas a hachazos. Un hocico negro, barnizado por la humedad, asomó en la espesura; unos ojos lacrimosos y brillantes le contemplaron un momento.

La vieja le saludaba con cariño y respeto, viendo en él la gloria de la familia. Sus ojos lacrimosos y enrojecidos le miraban acariciadores, pero al mismo tiempo no se atrevía a tenderle los brazos, a poner en él sus manos negras y huesosas, con los dedos cargados de sortijas de latón. Su nariz de bruja y su barbilla saliente asomaban bajo un pañuelo rojo que la oprimía las sienes.

La muchedumbre devota, arrodillada al aire libre, fijaba sus ojos suplicantes en las sagradas piedras, mientras su pensamiento volaba, lejos, á los campos de batalla, con la confianza en la divinidad que acompaña á toda inquietud. De la masa arrodillada surgían soldados con vendajes en la cabeza, el kepis en una mano y los ojos lacrimosos.

Ella debía hacerse la ilusión de que amaba a un militar que salía para la guerra, pero una guerra sin peligro de muerte. Teri le escuchaba pálida, con los ojos lacrimosos, pero acabó por aprobar su resolución. , debía partir; era mejor que trabajase en un ambiente más propicio y favorable que el del viejo mundo.

Con un impulso brutal, agarró las manos de la mujer y las separó de su rostro, mirándola fijamente. Aun así, no la reconoció. Pasó mucho tiempo contemplándola, en medio de un silencio penoso. Poco a poco, en las facciones desfiguradas por la enfermedad fueron marcándose para él las antiguas líneas. En los ojos lacrimosos y sin pestañas vio algo que le recordó la mirada azul de la hija perdida.

Nada de eso, contestó la doncella; quien trae las nuevas es una de las lavanderillas que lavan los lacrimosos pañuelos de V. A. Pues hazla entrar al momento. Entró la lavanderilla, que estaba ya detrás de una puerta aguardando este permiso, y empezó a referir con gran puntualidad y despejo cuanto le había pasado.

Fermín le encontraba casi igual que la última vez que le vio, antes de marchar él a Londres para perfeccionar sus estudios de inglés. Era el don Fernando que había conocido en su adolescencia; igual voz paternal y suave, la misma sonrisa bondadosa; los ojos claros y serenos, lacrimosos por la debilidad, brillando tras unas gafas ligeramente azuladas.

Alicia le miró con unos ojos lacrimosos que reflejaban las vacilaciones de su pensamiento. Al fin pareció decidirse. no has cambiado dijo con voz sorda , pero yo soy distinta. El infortunio ha hecho de otra mujer. Yo misma no me reconozco... Una idea fija me domina. Tal vez es absurda; si te la digo, que vas á protestar con justa indignación.

La nocturna reunión era una queja continua contra la injusticia social. Se sentían más desgraciados al darse cuenta exacta de su estado. El zapatero recordaba con los ojos lacrimosos al pequeñuelo muerto de hambre, y hablaba de la miseria de su prole, tan numerosa que hacía inútil su trabajo.

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