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Actualizado: 23 de junio de 2025
Sarto se descubrió a su vez y Flavia dijo, posando su mano sobre mi brazo: Es uno de los caballeros muertos en la última reyerta, ¿verdad? Vé a preguntar de quién es el cadáver que escoltan dije a uno de mis lacayos. Acercóse a los sirvientes que iban delante del féretro, quienes lo dirigieron al enlutado caballero. Es Ruperto Henzar murmuró Sarto.
Acudieron dos lacayos suyos a levantarla, y lo mismo hizo el alcalde y los alguaciles; alborotóse la Puerta de Guadalajara, digo, la gente baldía que en ella estaba; vínose a pie mi ama, y mi marido acudió en casa de un barbero diciendo que llevaba pasadas de parte a parte las entrañas.
Carrozas, y mulas, y caballos, habían llenado las cocheras y las caballerizas; y en el zaguán hervían los lacayos con librea, y daba gozo el ver las escaleras alfombradas y con macetas a todo lo largo de ellas.
En el patio, los alabarderos se revolvían con los cocheros y lacayos, y era como una gran cazuela en que hirvieran miembros humanos de muchos colores, retorciéndose a la acción del calor... Su mamá y su papá volvieron a aparecer... ¡Vaya, que iban hermosotes! Pero mucho más bonito estaría su papá cuando se hiciese caballero del Santo Sepulcro.
Los costosos y pintorescos abrigos de éstas chillaban debajo de las bombillas eléctricas. Los caballos piafaban, los lacayos gritaban, y los coches, al acercarse lentamente a la escalinata, hacían crujir la arena de los caminos. Sonaban golpes de portezuelas, ruido de besos, voces de despedida.
El Gobierno parecía alarmado: varios agentes de orden público paseábanse por la acera de enfrente, a lo largo del palacio, y algunos polizontes se mezclaban entre los curiosos o trababan conversación con cocheros y lacayos, que charlaban entre sí desde los pescantes, designándose, según la clásica costumbre, por los ilustres nombres de sus amos.
Que en tiempos de escasez padezca hambre el pueblo, el pueblo que trabaja, santo y bueno, pues para eso es pueblo...¡que se fastidie! pero los que están arriba, con sus graneros repletos, ¡ca! los lacayos del magnate nunca han dado más satisfacción a sus apetitos, ellos también.
La puerta de calle, cubierta por una inmensa cortina grana, daba entrada a una amplia galería tapizada de paño rojo y profusamente alumbrada y decorada por guirnaldas y flores. Dos lacayos de librea guardaban sus puertas de cada lado de la entrada. Se sentía allí un ambiente tibio y agradable.
Aquella noche, de nuevo el resplandor de mis ventanas alumbró el Loreto, y por el portón abierto viéronse, como en otro tiempo, negrear con sus calzones de seda, las largas filas de lacayos decorativos. Luego, Lisboa, sin excepción, se arrojó a mis pies. La viuda de Marques me llamó llorando: «hijo de mi corazón.»
Por cierto que han medrado poco dijo el Estudiante , pues no han pasado de lacayos de la Fortuna. No hay en su casa dijo el Cojuelo quien tenga lo que merece.
Palabra del Dia
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