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Actualizado: 23 de junio de 2025


Despidieron todos servilmente, pajes, lacayos y galopines, al cocinero de su majestad, y recibiendo iguales saludos de la servidumbre que ocupaba las habitaciones por donde pasaron, salió á la calle, siguió, torció una esquina, recorrió una tortuosa calleja, dobló otra esquina, y al comedio de otra calleja obscura se detuvo. Ese es el postigo de la casa del duque dijo el cocinero mayor.

No se ha visto tal torbellino; y ello merecíalo la comedia, porque traía un rey de Normandía sin propósito en hábito de ermitaño, y metía dos lacayos por hacer reír, y al desatar de la maraña no había más de casarse todos y allá vas. Al fin tuvimos nuestro merecido.

Era bastante rica para no desear el aumento de su fortuna; hay poca diferencia entre un millón de beneficios y quinientos mil francos de renta; algunos caballos más en las caballerizas, algunos lacayos más a la entrada, no añaden casi nada a la felicidad del dueño. Lo que la había halagado durante algún tiempo, era un nombre ilustre que pasear por el mundo.

Y para insoportable; tenemos que hablar mucho. Ahora las noches son largas. Pues hasta la noche; ¿á qué hora? A las ánimas. Pues hasta las ánimas. ¡Hola! dijo la condesa á uno de sus lacayos que estaba á la puerta ; que acerquen la litera. La condesa de Lemos entró en ella, y la litera se puso en marcha. Quevedo estaba incómodo.

Los lacayos, los pajes, los chambelanes, con sus medias de seda y sus casaquines, iban detrás de la reina Masicas, cargándole la cola. Y Loppi almorzó contento, y bebió en copa tallada su anisete más fino, seguro de que Masicas tenía ya cuanto podía tener.

No, por cierto repuso, en tono despreciativo, una señora anciana que llevaba en brazos un perrito de Viena, y la cual iba seguida por dos lacayos de lujosa librea; el conde Arturo no se ha casado: monseñor su tío no lo consentiría. ¿Quién es, entonces, esa linda joven?... ¿Su hermana, acaso? Nada de eso; es su amante... una bailarina de la Opera, según creo.

Llegamos al portal, los lacayos nos cobijaron con una mirada maestra; no vieron bulto ni cosa alguna que lo valiese; se convencieron de que nada habiamos comprado, de que habiamos sido inútiles á sus señores, de que la librea habia sido nula, y creyeron prudente ó estratégico retirar el saludo. ¡Gracias á Dios! Ya estamos en la calle de Richelieu.

Me parece que puedo dejar esperar sin peligro al inquisidor general. Entre tanto el cocinero mayor había metido en el cofre su contenido, le había cerrado y metióse cuidadosamente la llave en el bolsillo. ¡Eh, hostelero! dijo llamando; y cuando apareció éste añadió : decid á los dos lacayos y á los dos soldados que están abajo que suban.

La precipitación general hacía desaparecer la exagerada y untuosa amabilidad germánica. «Son como lacayos pensó Desnoyers . Creen próxima la hora del triunfo y no consideran necesario fingir...»

Subimos por la avenida que conducía a la villa Tarlein y apenas pudo oírse desde ésta el paso de los caballos, salió Sarto apresuradamente a recibirnos. ¡Gracias a Dios que vuelve usted sano y salvo! exclamó. ¿No ha asomado ninguno de ellos por el camino? ¿De quiénes habla usted, coronel? pregunté, echando pie a tierra. Nos llevó a un lado, para que no lo oyesen los lacayos.

Palabra del Dia

vorsado

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