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Actualizado: 23 de junio de 2025


Cuenta, pues, la historia, que antes que a la casa de placer o castillo llegasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote; el cual, como llegó con la duquesa a las puertas del castillo, al instante salieron dél dos lacayos o palafreneros, vestidos hasta en pies de unas ropas que llaman de levantar, de finísimo raso carmesí, y, cogiendo a don Quijote en brazos, sin ser oído ni visto, le dijeron: -Vaya la vuestra grandeza a apear a mi señora la duquesa.

No se ha visto tal torbellino, y ello merecíalo la comedia, porque traía un rey de Normandía sin propósito, en hábito de ermitaño, y metía dos lacayos por hacer reír, y al desatar de la maraña no había más de casarse todos y allá vas. Al fin, tuvimos nuestro merecido.

No se ha visto tal torbellino, y ello merecíalo la Comedia, porque traía un Rey de Normandía sin propósito en hábito de Ermitaño, y metía dos lacayos para hacer reir; al desatar la maraña no había más de casarse todos, y allá va. Al fin tuvimos nuestro merecido.

Vuelvan, pues, enhorabuena, aquellos siglos dorados, o siglos de bellotas, como también se les llama. Cesen este loco rodar de carrozas y estos desfiles de lacayos, ebrios de vanidad y de vino, ambas cosas hurtadas a su señor.

Como D. José, su tío el Canónigo daba calor en su entendimiento a las ideas más absurdas, las fomentaba y se engreía con ellas. Su tío, engañado por Rufete, había representado con ella la comedia funesta que tan desgraciada la había hecho. ¡Cuántas veces en las noches del invierno él la embelesaba diciéndole que sería marquesa, que tendría palacio, coches, lacayos, lujos sin fin, y riquezas semejantes a las de Las mil y una noches!

Sonose las narices por última vez en la antecámara, y los lacayos temblaron en sus asientos cual si hubiesen oído la trompeta del juicio final. Un criado anunció a M. L'Ambert. Llevaba puestas sus costosas gafas de oro, y sonreía gravemente, cual convenía en semejantes circunstancias.

Usted querrá coches, y lacayos, y querrá dulce de castañas, señora muñeca. Vamos, vamos a pasearPero en cuanto estuvo Piedad donde no la veían, dejó a la muñeca en un tronco, de cara contra el árbol. Y se sentó sola, a pensar, sin levantar la cabeza, con la cara entre las dos manecitas. De pronto echó a correr, de miedo de que se hubiese llevado el agua el ramo de nomeolvides.

Detrás de esta máquina, clavados en pie sobre una tabla, y asidos á pesadas borlas, iban dos grandes levitones que, en unión de dos enormes sombreros, servían para patentizar la presencia de dos graves lacayos, figuras simbólicas de la etiqueta, sin alma, sin movimientos y sin vida.

Los lacayos, sentados en banquetas de Beauvais, cruzan solemnemente los brazos, como conviene a los criados de buena casa. El día 1.º de enero de 1853, hacia las nueve de la mañana, toda la servidumbre del hotel celebraba en el vestíbulo un congreso tumultuoso. El administrador del barón, el señor Anatolio, acababa de distribuirles el aguinaldo.

La vencedora salió un momento del salón y apareció en seguida en un magnífico carro tirado por cuatro lacayos vestidos de esclavos negros: dió así una vuelta rodeada de todas las demás, al compás de una marcha triunfal. Estas y otras invenciones no menos famosas, dejaron para siempre sentada sobre bases sólidas la fama del hijo de los marqueses de Casa-Ramírez.

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