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Actualizado: 13 de mayo de 2025


En medio de la senda, bajo la luz lívida del atardecer, Salvador, desorientado, inconsolable, murmuraba: Padece ella también la terrible psicastenia hereditaria...; es neurópata, con la monomanía del martirio...; está loca..., loca de remate.... ¿Y no la podré salvar?

En las cuatro crujías, de techo artesonado, separadas del patio por las columnas de mármol de las arcadas, vio el torero antiguos vargueños, cuadros obscuros, santos de faz lívida, muebles venerables de hierros herrumbrosos y maderas acribilladas por la polilla, como si hubiesen sido fusilados con perdigones.

Era un Cristo muerto: la hendidura lívida del clavo atravesaba su diestra que reposaba sobre el descarnado pecho; las llagas enconadas de las espinas, vertiendo sangre aún, se veían en sus sienes; la boca entreabierta; amoratados los labios; los párpados caídos, aunque no cerrados del todo, dejaban ver sus ojos vidriosos y fijos.

Caer los dos sobre la tierra empapada de sangre, como sobre un lecho de damasco rojo; besarla él, en los labios fríos, sin miedo a que nadie le estorbara; besarla y besarla hasta que el último soplo de vida fuese a perderse en la lívida boca de ella.

Había días, había horas, en que la flacura de las mejillas parecía demasiado grande: todas las líneas del rostro se alteraban, como próximas a desfigurarse; la tez, no iluminada en esos momentos por la llama interior, se ponía lívida, la mirada aparecía velada y casi ciega.

Y don Juan, enternecido por los recuerdos, gimoteaba inclinado sobre aquella cabeza lívida, en cuya frente caían las lágrimas del viejo, mezclándose con el agónico sudor. De pronto debió arrepentirse don Juan de su debilidad; recordó sin duda algún detalle irritante de la vida de su hermana aferrado tenazmente a su memoria, y recobró el gesto de rudeza, mirando fijamente a doña Manuela.

Iba, entre tanto, difundiéndose por toda su faz, lívida y acartonada, una expresión de intensa alegría; pero con tal rapidez, que no parecía sino que le daban impulso los mismos vendavales que zumbaban entre los peñascos y jarales del contorno.

Al circular, los visitantes tomaban una palidez lívida, como si marchasen por un desfiladero submarino. El agua tranquila de los estanques apenas era visible. Detrás de los vidrios sólo parecía existir una atmósfera maravillosa, un ambiente de sueño, en el que subían y bajaban flotantes seres de colores. Las burbujas de su respiración era lo único que delataba la presencia del líquido.

Veía por todas partes á Dorotea, engalanada, pero lívida, horrible. Huía de mismo, pretendiendo huir de ella, en vano; porque la llevaba consigo, porque su locura había dado una forma real á sus remordimientos. El infeliz se había quedado solo.

Es una mañana fría, y como ha llovido copiosamente toda la noche, una tras otra van regresando las barcas: todo está empapado, yerto; las ropas de aquellas gentes chorrean. Los tiernos niños también han pasado la noche en el mar. ¿Qué traen? Poca cosa. Sin embargo, se ha salvado la vida. Durante el gran ventarrón, las olas invadían la débil embarcación; la muerte ha mostrado su lívida faz.

Palabra del Dia

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