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Era el noble pueblo, que, indignado al no encontrar billetes para la corrida en el despacho de La Campana, ansiaba asaltarlo e incendiarlo, siendo repelido por la policía. El Nacional bajó tristemente la cabeza. ¡Reacsión y atraso! ¡Farta de sabé leé y escribí! Llegaron a la plaza. Una ruidosa ovación, un estrépito interminable de palmadas acogió la presencia de las cuadrillas en el ruedo.

Citaba nombres, fechas y prometía traer documentos que prueban la manera como se administró justicia. Pero ¿en qué podrá fundarse, dígame usted, en qué podrán fundarse para no permitir lo que salta á los ojos como altamente útil y necesario? preguntó Sandoval. Pecson se encogió de hombros. En que peligra la integridad de la patria... repuso en el tono de un curial que lee un alegato.

«¿Queréis tener la bondad de entregar al portador el libro de que me hablasteis anoche? Quizá sea algo serio para ; pero desearía ensayar su lectura. Hasta luego; venid lo más temprano posible. BettinaJuan lee y relee estas pocas líneas... hasta que no puede leer más, pues se le nublan los ojos. Esto es todo lo que me quedará de ella piensa.

Na, señora marquesa: una injustisia; una desgrasia de esas que caen sobre nosotros los probes. Yo era de los más listos de mi pueblo, y los trabajaores me tomaban siempre por pregonero cuando había que pedir algo a los ricos. leé y escribí; de muchacho fui sacristán, y me sacaron el mote de Plumitas porque andaba tras de las gallinas arrancándolas plumas del rabo pa mis escrituras.

Y en nuestra España, aunque proporcionalmente se escribe menos y se lee mucho menos, la producción literaria no está encerrada en Madrid, sino que se muestra en varias ciudades de provincia, especialmente en Sevilla, Bilbao y Barcelona.

A más de ser el número de lectores menor en absoluto, lo es también relativamente: si en Francia leen diez por cada ciento, en España no lee siquiera uno, entre otras razones, porque no saben, y es fuerza, por lo tanto, que este uno o este medio por ciento eche sobre sus hombros la carga de alimentar a todos los que con razón o sin ella nos dedicamos a escribir para el público.

Desearía, al bajar del tren, encontrar en el patio de la estación, mi carruaje, mi cochero y mis caballos, y que ese día nos acompañaseis a comer en mi casa. Alquilad o comprad una casa, tomad criados, elegid carruajes, caballos, libreas. Confío enteramente en vos. Que las libreas sean azules, y nada más. Esta línea la agrego a pedido de Bettina, que por sobre mi hombro lee lo que escribo.

Al poco tiempo fué preso, y en el manuscrito de Efemérides sevillanas, de donde tomo esta noticia, se lee: «Al cabo de veintiún meses de prisión en el castillo de Triana, lo degollaron y dieron garrote en el mármol de la Cuadra, y pasadas dos horas lo enterraron en el Sagrario, acompañándole más de quinientos clérigos y muchos religiosos de todas órdenes, y un grande acompañamiento del cuerpo

Si se contemplan con recogimiento las iglesias católicas, llenas de pompa y majestad, se admiran los mil detalles de los palacios de la voluptuosidad oriental. Si se aprecia el tipo franco, hermoso y despierto del andaluz de la mejor raza, se lee toda una historia de miserias y delitos, de persecuciones y dolores profundos.

Nadie más acérrimo contrario que yo a las modas en literatura; pero, ¿cómo impedir que sea lo que no debe ser acaso? Los buenos versos deben siempre ser estimados y aplaudidos. Esto no se puede negar. Es evidentísimo, no obstante, que el poco numeroso público español que lee está cansado de versos y se muestra con ellos harto desdeñoso.