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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Miró a la llama de la lámpara suspendida sobre la mesa.... La ofendía aquella luz. Salió del comedor; entró en su gabinete; abrió el balcón, apoyó los codos en el hierro y la cabeza en las manos. La luna brillaba en frente, detrás de los soberbios eucaliptus del Parque, plantados por Frígilis.

Cerrada ya la noche, cuando dió un grito para que acudiese Sebastiana, ésta contestó adivinando sus deseos: ¡Allá voy con la lámpara!... Y apareció llevando un gran quinqué, que puso sobre la mesa, en mitad del salón. Iba á retirarse, creyendo que lo había hecho todo, cuando la detuvo la señora. ¿Usted sabe dónde podrá estar en este momento ese Manos Duras de que me habló antes?

Otras veces quedaba vacilante, no sabiendo cómo se hacía lo que acababa de ordenar, y era indispensable una intervención de la mestiza para sacarla del apuro. En la cocina, una gran lámpara, alimentada con la misma esencia de los motores que perforaban el suelo, servía para los guisos.

Ana vio a la luz de la lámpara un rostro pálido, unos ojos que pinchaban como fuego, fijos, atónitos como los del Jesús del altar.... El Magistral extendió un brazo, dio un paso de asesino hacia la Regenta, que horrorizada retrocedió hasta tropezar con la tarima. Ana quiso gritar, pedir socorro y no pudo.

Pues aquí tienes la carta, ¡oh venerable y profundo sabio! dijo la Princesa, poniendo en manos del ermitaño el misterioso escrito. Al punto voy a descifrártela, contestó el ermitaño, y se caló los espejuelos, y se acercó a la lámpara para leer. Has de dos horas estuvo leyendo en alta voz en la lengua en que la carta estaba escrita.

Quevedo se volvió en un movimiento nervioso hacia la alcoba, entró en ella, se acercó al lecho, asió una helada mano del cadáver y se descubrió. Su ancha frente, nublada, sombría, transparentando un pensamiento desesperado, parecía absorber el amarillo reflejo de una lámpara que estaba encendida sobre una palometa de plata junto al lecho, delante de una virgen de los Dolores.

Quiere alcanzar a su hermano para consolar su corazón con algunas palabras de ternura y de reconocimiento, pero oye los pasos de Martín repercutiendo ya abajo, en el vestíbulo. Es demasiado tarde. Antes de meterse en cama necesita calmarse. Apaga la lámpara y abre una de las hojas de la ventana. El aire fresco de la noche, que le acaricia el rostro, le produce bienestar y lo apacigua.

Se dió cuenta de que estaba sentado en un sillón, con las piernas extendidas. Luego se incorporó, soltando el brazo de madera, que dejó oir un nuevo quejido de quebrantamiento al verse libre de la desesperada opresión. Rápidamente fué reconociendo el verdadero aspecto de todo lo que le rodeaba. El sol rojo no era mas que una lámpara eléctrica de las que alumbran el puente de paseo de un paquebote.

¡Ah! ¡son las tres de la mañana! dijo el rey bostezando y poniéndose la mano á manera de pantalla, para mirar á Quevedo, sin que le ofendiese la luz de la lámpara ; ¿quién es ese? añadió después de haber bostezado otras tres veces y de haber mirado durante tres minutos á Quevedo, que estaba tieso é inmóvil delante del lecho real.

»Cuando volví en , cuando principié a recordar mis ideas, estaba acostada; me encontraba en un gran aposento apenas iluminado, y a la débil luz de una lámpara distinguí dos hombres: uno de ellos, de pie, levantaba mi cabeza y procuraba hacerme beber un líquido que no sabía lo que era; el otro estaba arrodillado al pie de mi cama y oraba.

Palabra del Dia

ancona

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