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Actualizado: 18 de junio de 2025


Vea, José dijo Melchor, dirigiéndose al sirviente de la estancia que les acompañaba con una lámpara en la mano, ponga todo en los baños, prontito, y encienda las luces. , señor. Oiga, José... ¿dónde ha puesto los equipajes? Lo suyo está en su cuarto; los otros los pusimos en la pieza grande.

No, no lo creo... ¡y me gustaría tanto amar!... ¡Oh, , me gustaría tanto!... A la misma hora en que estas reflexiones cruzaban por la linda cabeza de Bettina, Juan, solo en su gabinete de estudio, sentado ante el escritorio con un gran libro bajo la pantalla de la lámpara, repasaba, tomando notas, la historia de las campañas de Turena.

Un proyectil penetró en cierta iglesia, arrancando las narices a un ángel de madera que sostenía la lámpara; otro destrozó el lecho de un fraile de San Juan de Dios que afortunadamente se hallaba fuera en el instante crítico.

La luna se levantaba y enviaba su debil claridad de luna menguante al través de las ramas. Con los cabellos blancos y las facciones duras, iluminadas de abajo arriba por la luz de la lámpara, parecía el joyero el espíritu fatídico del bosque meditando algo siniestro. Basilio, silencioso ante tan duros reproches, escuchaba con la cabeza baja.

Nada respondió misia Casilda. ¿Y ? Nada contestó él sombríamente. Entraron en el comedor y se sentaron: la lámpara brillaba en medio de la mesa, tendida ya con la prolijidad de siempre.

Y así encargaba no se buscase ni la lámpara ni al ladron y recomendaba á sus sucesores no se arriesgasen á comer en ninguna casa particular, sin estar rodeados de alabarderos y guardias.

Una criada, de hábito negro también, entró con una lámpara antigua de bronce, que dejó sobre un velador después de decir con voz de monja acatarrada: «¡Buenas nochessin levantar los ojos de la alfombra de fieltro, a cuadros verdes y grises. Volvieron a quedar solos Ana y su confesor.

Ella me ama, porque sus palabras, preñadas del sentido de la Vida y de la Muerte, riman muy bien con la armonía secreta de mi corazón. Y en las encrucijadas del Horror, de la Duda, donde acechan los buitres de la Estupidez y de la Ignorancia, ella alumbra mi pobre carne triste y sensual con la lámpara celeste de óleos aromáticos que lleva en su diestra marfilina.

No había duda, el Magistral la necesitaba a ella en el caserón llegado el momento crítico... si salía antes y después no le servía, podía echarla de casa por inútil. Había que hacerlo todo pronto, inmediatamente. ¿Y qué iba a hacer? Una traición, eso desde luego, pero ¿cómo...? En esto pensaba cuando entró en el comedor, ya al obscurecer, a preparar la lámpara.

¿No quieres ir a acostarte, Juan? pregunta ella con gran seriedad. Pero su voz hace traición todavía a una leve risa que trata de reprimir. ¡Buenas noches, hermano! Espera, que subo contigo. Juan tiende la mano a su cuñada, que vuelve la cabeza para disimular su sonrisa. Martín le coge la lámpara y sube la escalera precediendo a su hermano.

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