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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Si aplicara el oído a la pared, oiría quizás claramente; pero no se atrevió a aplicarlo. Por la ventana del comedor que daba a un patio medianero, veíase otra ventana igual con visillos en los cristales. Allí lucía una lámpara con pantalla verde, y alrededor de ella pasaban bultos, sombras, borrosas imágenes de personas, cuyas caras no se podían distinguir.
Compara aquella lámpara con estas luminarias celestiales que tenemos encima de nuestras cabezas.... Sigamos un poquitín más allá; que si no volviéramos, ya encontraríamos otra catedral en que meternos. Hay muchas, mientras que cielos no hay más que uno.... ¡Cuánto se aprende viviendo! ¿Sabes lo que se me ha ocurrido?
Al notar la luz de la lámpara del Gobernador, la anciana señora apagó prontamente la suya y desapareció probablemente entre las nubes. El ministro no la volvió á ver. El magistrado, después de una escrupulosa observación de las tinieblas, en las que por otra parte nada le habría sido posible distinguir, se retiró de la ventana. El ministro entonces se tranquilizó algo.
El médico interrumpió su lectura y exhaló un profundo suspiro, al enjugar el sudor de su frente. Roberto se había parado de un salto; por un instante miró fijamente, como cegado por un rayo, el círculo luminoso de la lámpara, luego se precipitó hacia el anciano; parecía querer arrancarle el papel de las manos. ¿Está escrito allí? balbució. ¡Lee tú mismo! Siguió un largo silencio.
La luz de la lámpara iluminaba de lleno su rostro cetrino y anguloso: tenía los ojos grandes, pardos y tercos al mirar; la frente alta, afeada por cierta depresión hacia las sienes; los labios recios y las facciones salientes y toscas, como de talla mal labrada.
Aunque estaba bien distraída al cabo de un rato creyó percibir detrás leve ruido y se volvió. Frente á ella y bastante próximo se hallaba Plutón, negro y endemoniado como un tizón y con su lámpara encendida colgada del brazo como si acabase de salir de la mina. Se puso pálida, pero no dió un paso atrás. Buenas tardes, Demetria dijo él. Felices respondió ella secamente.
«Hija de mi alma, ya te hemos perdonado» murmuró a manera de rezo, al dar los primeros pasos. En el centro había una mesa, sobre la cual dejó la señora la lámpara.
El señor Aubry hizo un movimiento; temiendo despertarlo, volvieron a su lado y permanecieron silenciosos en la calma del cuarto. Entonces, bajo la influencia algo misteriosa del silencio y de la luz discreta de la lámpara, el bienhechor olvido expulsó del alma de Juan todo lo que no era la real felicidad de la presencia querida.
La condesa de Busdonguillo, dama elegantísima al presente, en otros tiempos señorita cursi de las que pasan las primaveras en el Retiro, los veranos en el Prado y los inviernos en torno de una camilla con lámpara de petróleo haciendo flores de trapo o redondeles de crochet, mientras alguno de los presentes cuenta lo que en la corte se dice cuidando de disfrazar la crónica escandalosa de modo que no dejen de enterarse las niñas de la casa.
Una lámpara de metal azofarado, de poco más de media vara de largo. Cuatro candeleros de tres cuartas de largo, del mismo metal con las armas de la Casa y otros cuatro de madera que estaban en las Almonas. Un atril de madera maqueado.
Palabra del Dia
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