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Actualizado: 12 de julio de 2025


Estaba con la lírica Diana, Doña Mariana bella, muy gozosa La corte de los Reyes, y aun ufana; Mas la muerte con ella fué envidiosa. Dejónos otra ninfa, tan galana, Discreta, buena, rica, y tan hermosa, Que puede allá en el cielo ser lucero, Doña Juliana es Puerto Carrero.

¡Pobre D. Frasquito... cuitado, alma de Dios! exclamó Nina cruzando las manos . Yo me temía que parara en esto... ¡Valiente estantigua! dijo la Juliana . ¿Y a nosotros qué nos importa que ese viejo pintado se chifle o no se chifle? ¿Sabéis lo que os digo? Pues que todo eso proviene de las drogas que se pone en la cara, lo cual que son venenosas y atacan al sentido. Ea, no perdamos el tiempo.

Pues mira, a me habría gustado ver a ese moro Muza y hablar con él... ¡Esta Juliana, que en todo quiere meterse!...». Atontada por crueles dudas que desconcertaban su espíritu, Doña Francisca no pudo expresar ninguna idea, y siguió revisando los cubiertos desempeñados.

«Yo de buena gana te recibiría otra vez aquí afirmó Doña Francisca, a cuyo lado, en la sombra, se puso Juliana, sugiriéndole por lo bajo lo que había de decir ; pero no cabemos en casa, y estamos aquí muy incómodas... Ya sabes que te quiero, que tu compañía me agrada más que ninguna... pero... ya ves... Mañana estaremos de mudanza, y se te hará un hueco en la nueva casa... ¿Qué dices? ¿Tienes algo que decirme?

Faltábale ya la energía, y sus grandes ánimos flaqueaban; perdía la fe en la Providencia, y formaba opinión poco lisonjera de la caridad humana; todas sus diligencias y correrías para procurarse dinero, no le dieron más resultado que un duro que le prestó por pocos días Juliana, la mujer de Antoñito.

Consternadas hija y madre, gritaban pidiendo socorro a los vecinos. Pero Juliana, más valerosa y expeditiva, no pudiendo sufrir con calma los impertinentes desvaríos del desdichado Ponte, se fue hacia él furiosa, le cogió por las solapas, y comiéndoselo con la mirada y la voz le dijo: «Si no se marcha usted pronto de esta casa, so mamarracho, le tiro a usted por el balcón».

, : la comida es tuya... pero... verás lo que debes hacer... te llegas al portal a la hora que yo te fije, y mi prima Hilaria te la bajará y te la dará... acercándose a ti lo menos que pueda... Ya comprendes... cada una tiene su escrúpulo... No todos los estómagos son como el tuyo, Nina, a prueba de bomba... con que... Comprendo... señora Juliana. Quédese con Dios».

Doña Paca y yo la recomendaremos... Porque mi señora madre política ha puesto en toda su confianza, y me ha dado su dinero para que se lo guarde... y le gobierne la casa, y le suministre cuanto pueda necesitar. Mucho tiene que agradecer a Dios por haber caído en estas manos... Buenas manos son, señora Juliana. Vaya por casa, y le diré lo que tiene que hacer.

Este año era el último de su carrera y dentro de dos meses será médico, se retirará á su pueblo, se casará con Juliana para vivir felices. El éxito de su licenciatura no solo era seguro, sino que lo esperaba brillante como la corona de su vida escolar.

Tal dominio llegó a ejercer sobre Doña Francisca, que la pobre viuda no se atrevía ni a rezar un Padrenuestro sin pedir su venia a la dictadora, y hasta se advertía que antes de suspirar, como tan a menudo lo hacía, la miraba como para decirle: «No llevarás a mal que yo suspire un poquito». En todo era obedecida ciegamente Juliana por su mamá política, menos en una cosa.

Palabra del Dia

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