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Actualizado: 12 de junio de 2025


Anhelantes, todas las bocas exclamaron: ¡Ah!... Tomó Juanillo un vaso de vino para darse coraje, y medio mareado ya por la fetidez de aquella carne horrible, se puso de pie y gritó a la concurrencia: ¿Qué les importa a ustedes que yo coma o no coma? ¡Mándense mudar ahora mismo, si no quieren que los eche como perros!

Ya veo a mi mujer detrás de las cortinas... ¡adelante, Juanillo, adelante!... Está la pobre en camisa... ji... ji... me hago como que no la veo... se va a creer que estoy loco... ¡ji ji!... ¡adelante, Juanillo, adelante! Juan obedecía a su hermano, aunque sin gusto ya, porque deseaba conocer a su cuñada y besar a sus sobrinos.

Y después luz, ¡oh, la luz! repetía el otro. Otra vez quedó perplejo Juanillo. Lo de «experimentar antes la sensación» le parecía un buen consejo.

Después hirvió en un puchero un puñado de anilina roja comprada en una droguería, y sumió en este tinte el viejo lienzo. Juanillo admiró su obra. ¡Un capote del más vivo escarlata, que iba a despertar muchas envidias en las capeas de los pueblos!... Sólo faltaba que se secase, y lo puso al sol entre las ropas blancas de las vecinas.

Inmediatamente cundió por el comedor el olor fétido de la carne de cisne... Los curiosos se llevaron los pañuelos a las narices, al menos, aquellos que tenían pañuelos... Juanillo ensayó cortar un alón con el trinchante, inútilmente: la negra carne parecía madera... El capataz se adelantó entonces ofreciéndole su facón, que, recién afilado, cortaba como navaja de afeitar... Con él, a costa de penosos esfuerzos, consiguió Juanillo servirse una ración que apenas cabía en el plato...

Bruto! le dijo uno de los compañeros, ¿no ves que ese tren viene de Paris? Y ¿qué me importa eso, si me han encargado que grite cuando llegue el tren? Tambien podia ser de carbon ó leña, y serías capaz de tomarlo por el tren imperial.... Aguarda un poco, Juanillo, añadió otro; ya tendrás ocasion de gritar y dejar contento al alcalde.

Cuando llegas a tan ingeniosa combinación de disparates, estoy por creer que tienes talento, a pesar de tus buenas notas en los exámenes. Después de reprender a Aristarco por su frivolidad, del Laurel dijo a Simplón: No le hagas caso, Juanillo. Tu cuento-poema no carece de mérito por cierto... Pero tiene también sus defectos. El principal es contener demasiado argumento. Hay plétora de argumento.

En todo caso observó la mayordoma, no necesitaba usted haber muerto a todos los cisnes; con uno le bastaba, porque son bien grandes... Claro... Claro... Claro... fueron repitiendo en coro, uno por uno, los nueve vástagos del mayordomo... ¡Pues no! concluyó fieramente Juanillo. Me gustan mucho y quiero comérmelos todos, esta misma noche. ¿Ha oído? ¡Todos!...

Vamos, Juanillo, haz un esfuerzo; llegaremos pronto al puesto... ¿Pero señor, dónde se meten los coches...? Ni uno sólo cruza por aquí... Allá lejos veo uno... ¡gracias a Dios!... ¡Se aleja el maldito!... Aquí está otro... ésta ya es mío. A ver cochero... cinco duros si V. nos lleva volando al hotel número diez de la Castellana...

Esto ya era un consuelo. 125 manuscritos rápidos pueden hacerse en un año. ¡No había, pues, que remontarse hasta la alarmante suma de 3527 que al principio imaginara! Juanillo se despidió más calmado, oyendo desde la puerta las últimas observaciones de Aristarco y de del Laurel. No te olvides; experimenta primero la sensación, repetía el uno. ¡Música, música, mucha música!

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