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Juanillo los contemplaba como seres de asombrosa superioridad, envidiando su buen porte y la frescura con que piropeaban a las mujeres. La idea de que todos ellos tenían en su casa un traje de seda bordado de oro, y metidos en él marchaban ante la muchedumbre al son de la música, producíale un escalofrío de respeto.

También debía ir a los toros inevitablemente, porque un hombre que no bebe ni asiste a las corridas... ¿para qué está en el mundo? La señora Angustias, con sus dos hijos, Encarnación y Juanillo, tenía que aguzar el ingenio y desplegar múltiples habilidades para llevar la familia adelante.

Y la cocinera sirvió la sopa, como siempre... Mientras Juanillo tomaba unas pocas cucharadas, los curiosos se comunicaban sus impresiones: ¡Quién lo diría, al verlo tan flacuchín!... ¡Y la sopa no estaba en el programa!... ¡Ya tendría preparada una droga para evitar la indigestión!... Terminó Juanillo la sopa como si tal cosa.

Era una promesa que había hecho en aquel anochecer lúgubre, cuando le vio llegar tendido en la camilla, pálido e inmóvil como un muerto. ¡Las veces que había llorado a la Macarena, la hermosa reina de los cielos, de largas pestañas y mejillas morenas, pidiéndola que no olvidase a su pobre Juanillo! La fiesta fue un acontecimiento popular.

Al fin tuvo vagas noticias de que había sido herido en una capea en el pueblo de Tocina. ¡Dios mío! ¿Dónde estaría aquel pueblo? ¿Cómo ir a él?... Dio por muerto a su hijo, le lloró, quiso, sin embargo, ir allá, y cuando disponía el viaje vio llegar a Juanillo, pálido, débil, pero hablando con alegría varonil de su accidente.

Vamos, Juanillo, haz un esfuerzo; llegaremos pronto al puesto... ¿Pero señor, dónde se meten los coches...? Ni uno sólo cruza por aquí... Allá lejos veo uno... ¡gracias a Dios!... ¡Se aleja el maldito!... Aquí está otro... éste ya es mío. A ver cochero... cinco duros si V. nos lleva volando al hotel número diez de la Castellana...

Su tío el marqués de Moraima, que, aquí para entre los dos, ya sabes que es algo bruto, cuando habla de ella en los Cuarenta y cinco, dice que tiene sus sospechas de que sabe latín... ¡Qué mujer! ¿eh, Juanillo? ¡Qué hembra tan interesante! El apoderado hablaba de doña Sol con admiración, considerando extraordinarios y originales todos los sucesos de su vida, así los indudables como los inciertos.