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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Contribuyó a organizar la Exposición filipina de Madrid . Intervino en la paz de Biacnabató. Murió, gran cruz de Isabel la Católica, en 1911.
Cuando hubieron discutido un rato, mi patrón intervino, sonriendo con superioridad. No lo duden ustedes, la victoria esta vez será de Francia. Yo lo creo así también. Francia se ha repuesto mucho y se ha de batir mejor y con más gana que la primera vez dijo uno. Pues yo creo que están ustedes en un error saltó el hombre gordo.
Mientras tanto, el aperador iba de un lado a otro, buscando cierta botella de vino selecto que meses antes le había regalado su padrino. Por fin dio con ella, y escanciando un vaso, se lo ofreció a don Fernando. Gracias, no bebo. ¡Pero si es de primera, señor!... intervino el viejo. Beba su mercé; esto le hará bien después de la mojadura. Salvatierra hizo un gesto negativo.
Cuando estaba triunfante en su revolucion democrática y tenia esperanza de asegurar la unidad social y suprema de la Alemania, el ejército prusiano intervino, en virtud del derecho federal, y destruyó la obra del pueblo. Eso era natural, puesto que la Confederacion germánica, en vez de ser una liga de los pueblos, no es mas que la alianza de los príncipes soberanos contra la gran nacion.
Fruto de estos amores fué el conocido Don Juan de Austria, tan desemejante de su homónimo más antiguo, que intervino, después de la muerte de su padre, en las intrigas palaciegas de la Reina madre, del P. Neidhar, del almirante de Castilla y de otros grandes del reino.
El viejo Zarandilla intervino también, por considerarse comprendido en el llamado gobierno del cortijo. ¡Los amos!... Ellos podían arreglarlo todo, sólo con acordarse un poco del pobre; con tener caridad, mucha caridad. Salvatierra, que escuchaba impasible las palabras de los jornaleros, se agitó, rompiendo su mutismo al oír al viejo. ¡La caridad! ¿Y para qué servía?
Feli intervino, conmovida por el gesto de inmensa decepción de la pequeña. Tómela usted, señora... Yo se la regalo. Y pagó, mientras la pobre mujer le daba las gracias, y la niña, con el mutilado monigote sobre el pecho, repetía a instancias de la madre: Gracias, señora... muchas gracias. Isidro, mientras tanto, examinaba las caras de los vendedores.
La madre, que trenzaba cestos en un rincón, sintióse alarmada en sus instintos de mujer. Su alma simple se dio cuenta del estado de Margalida. El padre, viendo la inquietud de aquellos ojos de animal triste y resignado, intervino oportunamente. «Las nueve y media...» Hubo un movimiento de sorpresa y protesta en el grupo de los atlots.
El silencio se hacía embarazoso. Misia Casilda dijo, mirando a Susana: ¿Esta es la mayor, Gregoria? Sí contestó la de Esteven, la mayor. Y a Angelita, ¿no la conoce usted, tía Silda? intervino la niña, viendo que el silencio volvía. La conozco, sí, de vista. La llamaré... Déjala; no quiero molestarla. Voy a llamarla. Y escapó. Las dos hermanas, solas ya, mirábanse de reojo.
Así se lo prometió el Rey Católico; pero el gran piloto acabó sus días en estas tierras, sin que pudiese montar su industria de Segovia. Intervino Ojeda al ver el gesto escandalizado del doctor Zurita. Cada época tiene su moral y sus preocupaciones. Durante la Edad Media, lo mismo en España que en otros países, el monopolio de las mancebías fue una de las mejores rentas de muchas casas nobles.
Palabra del Dia
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